miércoles, 2 de mayo de 2018

Diluvio en el morro



Creo que ya conté de sobra cuánto me aburren los días de playa.
Lo cierto es que durante mi estadía en Bahía, si bien disfruté unos días espléndidos en el mar, necesitaba algo más. Un traslado, algo nuevo, la adrenalina de un tour!!!!
Vi las distintas alternativas que ofrecía mi operador y terminé optando por un paseo por el Morro de Sao Paulo, un lugar absolutamente paradisíaco que parecía prometedor.
Cargué toneladas de protector solar, sombrero y ropa liviana pensando en que si el lugar era más caluroso que Salvador, mejor era prevenir que curar.
La mañana ya empezó torcida.
Como de costumbre (con mi obsesión por la puntualidad), bajé al lobby del hotel media hora antes. A las 7:30 tendrían que venir por mí para ir al puerto a tomar la primera embarcación.
Esperé, esperé y esperé y nadie apareció.
En un momento entró un moreno bajito que dijo algo y como mi oído tiene un problema muy particular con el portugués de Brasil, me acerqué para preguntar si era a mí a quien buscaba, pero me respondió que no. Su pasajero era un tal Francisco (o al menos eso entendí).
Pasaron los minutos y seguía estacionada la traffic en la puerta así que salí para verificar que ése no fuera el chofer que me esperaba; y al volver a entrar, la gente de la recepción me preguntó "¿habitación 213?". Respondí que sí.
El imbécil (por llamarlo cariñosamente) de mi chofer había entrado hacía más de 15 minutos y se había instalado a conversar con los empleados del hotel, por lo que nunca le di bolilla. En ningún momento me llamó por mi nombre o por el destino. Y no contento con su ineptitud, me maltrató delante de todos diciendo que era adentro donde debía esperar y no afuera.
De más estuvo tratar de explicar en español que yo estaba adentro y sólo había salido porque me preocupaba que no llegara. Ahora pienso que debí putearlo en español y tal vez entonces me habría comprendido.
Abrió bruscamente la puerta de la traffic y todos me miraron con cara de fastidio por "la impuntual" (ya ni me preocupé por dar explicaciones) y tras un portazo, partimos a una velocidad que me tuve que sostener en el asiento para no salir disparada!!!
Llegamos a tiempo al puerto y allí, tras una espera considerable, tomamos el "Angélica" rumbo a Itaparica, 40 minutos de travesía.
El viaje estuvo tranquilo, la embarcación muy confortable, con butacas individuales, todo muy limpio y agradable.
Llegamos al primer puerto y nos esperaba un bus. De ahí emprendimos el recorrido terrestre de una hora y media.
A medida que avanzábamos, unas nubes negras comenzaron a aparecer siguiendo el bus (como en el Espantomóvil de Los autos locos) 
Al arribar al segundo puerto y, mientras caminábamos por el muelle, comenzaron a caer las primeras gotas. Y entonces subimos a la lancha y un rayo cayó cual película de horror, anunciando lo que nos esperaba.
Esta embarcación ya no era tan segura, limpia ni grande. Era una lanchita precaria, con bancos de madera muy estrechos, que tembló cuando subió el malón.
Totalmente abierta, en algunas partes constaba de cortinas de nylon para cubrir las "ventanas". Por supuesto no en mi lugar. Y la verdad que se zarandeaba tanto ese espantomóvil que decidí no moverme. Era mejor mojarse a arriesgarme a quedar desparramada en el piso.
Y no andaba lenta, no no... alcanzó una velocidad que hasta vértigo me dio!!! Volaba sobre el agua acompañada de un ruido ensordecedor y salpicando agua por los costados.
Todos me miraban con ojos compasivos... pobrecita, se está mojando toda!! Porque no imaginaban lo que nos esperaba a la llegada!!!
Cuando arribamos al Morro, diluviaba!!!!! Paramos junto al muelle y todos nos preguntamos ¿tenemos que bajar? Pues sí, es acá y no hay tiempo para pensarlo.
Subimos las escaleras en medio de esa lluvia torrencial, esquivando los rayos y centellas, hasta poder guarecernos bajo un techito.
Por supuesto que poco servía como protección, ya que llovía de arriba hacia abajo, de los costados y brotaba agua de las maderas del muelle.
Sólo atiné a tomar la bolsa que había llevado para poner la malla mojada (qué graciosa, sólo la malla!!) y guardar allí mi cámara y celular, para al menos preservarlos del agua.
Y cuando ya no tenía más sentido esperar a que parara, el guía nos animó a avanzar.
Claro que no era llegar, caminar un poco e instalarnos en el restaurante que sería nuestra base. No, nada es tan fácil.
La entrada al morro era una rampa muy empinada, que hubiera hecho tranquila en condiciones normales, pero en ese momento además de estar en sandalias y sentir como los pies resbalaban en mi propio calzado, caía una catarata de agua por la pendiente, que amenazaba llevarte si no te sostenías bien. ¿De dónde? ¿De una baranda, tal vez? No, no había baranda, sólo podías confiar en tu propio equilibrio.
Cuando logramos llegar a la parte superior, el infierno no acabó. Seguirían una, dos, tres y más rampas como ésa.
El temporal no aflojaba y la escena parecía tomada de la película Tsunami, por el caudal de agua que se deslizaba por las rampas y la velocidad con que corría.
Un nene lloraba y le decía a la madre: "¡Quiero comprar un paraguas!".
Una vez que llegamos al restaurante, paró. ¡Por supuesto!
Estaba tan furiosa que creo que mi propia calentura podía llegar a secarme.
Entré al bar, pasé al baño. Era toda una sopa y apenas podía caminar con las sandalias empapadas.
Y como en todo inmundo lugar tropical, al rato salió el sol. Pero al menos se pudo disfrutar un poco de ese paraíso algo revuelto y secar los lienzos.
Por supuesto que para cuando todo se puso lindo había que regresar, aunque no me oponía a la moción.
Estaba más cansada que cuando camino 8 horas seguidas recorriendo alguna ciudad.
Volvimos al infierno en tres etapas: lanchita veloz, bus lento atestado de gente y última embarcación. Claro que a ésta llegamos de noche y en el último horario.
Ya no había butacas individuales sino bancas y toda la gente del mundo!!! Parecía un urbano en horario pico. La gente subía y subía y pasaba hacia atrás (supongo que habrán caído en un agujero negro porque nunca terminaba de llenarse)
Y cuando creía que no podía resistir nada más, vendedores ambulantes!!! A los gritos en portugués, vendiendo cargadores de celular y pendrives, entre otras mercancías. Mi corazón y mi humor no lo resistían más!!!!
Esa noche no salí a cenar afuera. Sólo quería silencio, o alguien que me hablara bajito... en lo posible en cualquier idioma excepto portugués!!

4 comentarios:

  1. Supongo que no volverás a pisar suelo brasileño porque aunque pueda ser eventual una lluvia, que te ha pasado en otros lugares, en ese idioma todo suena feo. Me extrañó que eligieras ese destino... El relato, como siempre, fantástico,que me hizo revivir hasta el ruido de la lancha, jaja!!

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    1. Tampoco yo entiendo mucho por qué elegí ese destino... o sí, jugaron muchas cuestiones importantes.
      No digo que nunca regresaré, pero sí que pasará un buen tiempo hasta que lo haga ja ja

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  2. Tampoco me seduce la playa. Si fuera sin arena me gustaría más porque el mar me apasiona....

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    1. Si fuera nubladito también me gustaría más ja ja

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