miércoles, 24 de junio de 2015

Una cuestión de cambio


Una de las cosas más odiosas de viajar al exterior es manejarse con otra moneda.
¿Por qué no existe una moneda de cambio universal? Simplificaría tanto las cosas!!
Lo cierto es que en medio de la vorágine enloquecedora de un viaje, si hay algo que agrega más ansiedad, adrenalina y tensión es tener que pensar todo aquello por lo que hay que pagar, en otro signo monetario.
En Europa ahora el euro simplifica bastante todo, pero imaginen lo que fue mi primer viaje allá por los 80's... 9 países y 9 monedas diferentes. Saber cuánto cambiar, cómo, cuándo, dónde; además, sin tarjeta de crédito (ya que entonces no era tan común como ahora) y sin idea del costo de las cosas!!
Si era complicado para mí -que tenía 16 jóvenes años y una avidez por aprender cosas nuevas- piensen en la gente mayor!!
Había un matrimonio rosarino en mi grupo, que entonces rondaba los 80 pirulos y les habían regalado el viaje como obsequio por sus 50 años de casados. Pobres, no cachaban una!!! 
Con gusto me dieron el trabajo de ser su contadora personal y así les administraba su dinero.
Claro que entonces era más fácil porque, si bien aún no eran tiempos del 1 a 1, no habíamos llegado a la hiperinflación y con $1 comprábamos algo más que 1 dólar!!
Ahora tenemos más cálculos que hacer: de moneda local a euro o dólar, de ahí a pesos y encima agregar la bendita retención de la AFIP (que a todos resulta tan duro de entender en el exterior).
Y hay otra cosa a la que no estamos acostumbrados: a dar propinas.
En nuestro país a lo sumo se da propina al mozo de un bar. En otros países todo es propina!!!
En Cuba, por ejemplo, te piden propina hasta para sonreírte; te miran y ya te están mangueando.
En Europa hasta los taxis piden propina!!! Cosa que yo ignoraba.
Durante mi estadía en Londres el tipo de cambio libra esterlina/dólar o euro me erizó hasta los pelos de las cejas!! (por no decir otra cosa), pero supe administrarme bien y llegué al último día sin dinero sobrante al pedo y contando sólo con algunas monedas para guardar de recuerdo.
Satisfecha con mi contabilidad, guardé los últimos euros en la valija de mano (ya que tomaría un vuelo en Londres directo a San Pablo) y tomé el transporte que había contratado y pagado unos días antes.
Todo marchaba bien hasta que al llegar al aeropuerto el chofer pidió graciosamente su "tip". Yo sólo tenía monedas que no valían nada!!!
Convencida de que aún me quedaban algunos euros a mano, le pregunté si podía abonar su propina en esa moneda. Obviamente respondió que sí. Pero por más que busqué, para sacar mis euros hubiera tenido que desarmar mi maleta de mano (algo que definitivamente no estaba dispuesta a hacer!!)
Entonces puse mi mejor cara de damisela en apuros y le dije que no tenía más que pesos argentinos.
Me miró con su más horrorosa cara de asco y subió a la traffic dando un portazo. 
Y así gané mi primer enemigo inglés... y musulmán!!
Durante mi último viaje a la ex Yugoslavia fueron pocos los cambios que tuve que hacer de dinero y supe manejarme con maestría, hasta que el cansancio me traicionó cierto día en Zagreb, al terminar de almorzar un suculento plato de spaghettis.
Tenía que dar propina al mozo y no contaba con cambio, sólo billetes grandes. Así que con mi inglés básico pregunté al tipo si podía cambiarme 10 por monedas y así lo hizo. Cuando me dio 7 lo detuve y amablemente le dije que guardara los 3 restantes.
Satisfecha con mi negociación, me dispuse a guardar la billetera e irme, mas el mozo no se iba y me miraba desconcertado. Él tampoco sabía inglés y hablaba en una mezcla de bosnioinglesado que no alcanzaba a entender.
Yo le explicaba que los 3 eran para él; por ahí pensé si no era poco, o mucho, o qué sé yo... ¡¡¡no hablo bosnio!!!
Hasta que por señas nos entendimos... el pobre tipo me reclamaba el billete de 10 que yo nunca le había dado!!!!!!! En medio del cambio él había entregado las monedas y yo entonces no sólo no le había dejado propina sino que le había cobrado 7 sin darle los 10!!!
Avergonzada, le pedí disculpas en todos los idiomas. Sí, hasta en bosnio!!
Los cambios nunca fueron fáciles para mí... hasta mi psicóloga lo dijo!!!!

martes, 16 de junio de 2015

Mi primera entrada en triple al viejo mundo


La primera vez que viajé a Europa era una pendeja inconsciente. Tenía 16 años y si bien era bastante centradita para mi edad, era lo suficientemente inmadura como para disfrutarlo a pleno.
Pese a todo, quedé impactada con esas tierras. Con la belleza natural, sí, pero fundamentalmente, con todo ese patrimonio histórico... la arquitectura!!!!! 
Siempre me fascinó observar esas construcciones milenarias y pensar todo aquello de lo que fueron testigos esos muros, que aún siguen en pie. Algo asombroso para una argentina, teniendo en cuenta el desprecio que hay por aquí de todo lo antiguo y lo histórico. Somos los capos de la demolición y del deterioro progresivo, del descuido y la desvalorización.
Lo que no me impresionó positivamente fueron las condiciones en que hice ese viaje.
Inicialmente había sido proyectado para mi mamá y para mí, pero ella ya comenzaba con su larga lista de problemas de salud, así que terminé viajando con mis tíos, a quienes conocía poco y nada, así que eran casi extraños para mí. 
Pero entonces mi política era la de no importar con quién con tal de viajar y conocer, así que hice mi valijota (en ese entonces ni siquiera existían las de rueditas y ultra livianas; todo era pesado de cargar) y me embarqué rumbo al viejo mundo, en lo que sería mi primer viaje en avión y mi primera experiencia en el exterior.
Mi madre no era ninguna liberal, no crean, así que la única condición que puso fue que durmiera junto a mis tíos. Y, amigos míos, en Estados Unidos las habitaciones triples y cuádruples son moneda corriente, pero en Europa (y en 1986) una triple sólo tenía un significado:  matrimonio + niño.
De esa manera me tocó dormir en las cuchas más terribles que se puedan imaginar!!! Camitas diminutas en las que mis metros de patas asomaban en la punta, hasta un catre en la glamorosa París!!!! Sí, un catre, de ésos de maderas cruzadas en x y lona al medio!!
Tenía tal mufa al llegar a la ciudad luz, que la odié y nunca pude regresar (no aún), porque encima era donde más permaneceríamos... 4 noches. Sí, cuatro noches durmiendo en el catrecito como si estuviera en un rancho en medio de la Pampa!!!!! Y ojo que el hotel era lo más chic que puedan imaginar...
Como si fuera poco, mi tío roncaba como un concierto de motosierras, así que sólo conciliaba el sueño gracias al cansancio que tenía.
Cuando visitábamos los palacios, mis compañeros de viaje -entre risas-, al llegar a los aposentos reales, me gritaban: "Ahí tenés una cama... tirate!!" 
Tal era mi bronca que el día que el grupo fue a conocer el Arco de Triunfo me quedé durmiendo la siesta!! Y me negué rotundamente a ir al Lido (donde gracias a mi contextura física podría pasar como mayor de edad -al igual que lo hice en el Casino de Montecarlo-) aduciendo que no tenía interés.
Y si odié París, Lourdes me tenía reservada una sorpresita algo peor. Esta vez mi cama era un cajón. A ver cómo me explico... como si sacaran un cajón de una gran cómoda, le pusieran dentro un colchón finito y sábanas y allí tuvieras que dormir.
Era realmente como estar en un cajón mortuorio, con los brazos ajustados cruzados en el pecho, cual fiambre esperando su sepultura.
Allí me rebelé y exclamé: ¡¡Ah noooo... Acá no duermo!!
Mis tíos, con resignación, apagaron la luz sin responder a mis rezongos y ahí quedé en la oscuridad, sentadita en el cajón con la trompa hasta el piso... y evidentemente me debe haber vencido el sueño porque al día siguiente desperté acostadita, con los brazos incrustados en esa madera que olía a vejestorio y con dolor en todas las articulaciones.
Fue en un hotel recién inaugurado de Amsterdam que mi sueño se hizo realidad y el coordinador muy apenado nos informó que no había habitaciones triples, por lo que se me asignaría una single... para mí solita!!!!!!
Mi tía miró con cara de preocupación y repetía "la nena sola no..." Por un momento temí que le dieran la single a mi tío y terminara en una cama doble con ella, pero no!!!... Tuve mi propia habitación!!!!!!!! Y fue simplemente glorioso!!
Creo que si entonces hubiera entendido cuánto amaba la independencia y la importancia que tenía para mí, me hubiera ahorrado unas cuantas decepciones amorosas y unos cuantos proyectos alocados en mi vida. Pero para eso está la madurez, e hicieron falta varios años para proclamar mi liberación y decidir que era tiempo de vivir como yo quería.
Hoy viajo sola, y es la mejor forma de planificar, recorrer, conocer y hacer nuevos amigos, sin presiones ni limitaciones de afuera (excepto el laburo... y el bolsillo!!!)

jueves, 4 de junio de 2015

El peor viaje de mi vida!!



Anduve tanto y visité tantos destinos fantásticos, que si hoy me preguntaran cuál fue el mejor viaje de mi vida no podría responder. Eso sí, podría afirmar sin titubear, cuál fue mi peor viaje: el Caribe venezolano!!!
Corría el año 1997 y con una amiga planeamos conocer el Caribe. 
¿Quién no sueña con ese destino de verdes palmeras, arenas blancas y aguas tibias cristalinas?
Cuando comencé a hacer averiguaciones, se agregó a la comitiva mi sobrina, entonces menor de edad, aprovechando el poder que los padres me habían otorgado un par de años antes para sacarla del país.
Costa Rica, Punta Cana (tan de moda en esa época) y Cartagena de Indias estuvieron entre los destinos en danza, pero ¿qué elegimos?... la isla Mierdarita!!! Perdón, la isla Margarita, en Venezuela.
No sé qué se nos pudo cruzar en la cabeza para hacer semejante elección. No fue el costo porque a lo sumo la diferencia entre un lugar y el otro eran 100 dólares (cuando teníamos el dichoso 1 a 1)
Pero ahí partimos las tres ingenuas, preparadas para hartarnos de ver tanta palmera y playa paradisíaca.
Unos vouchers que llegaron a último momento (horas antes de nuestra partida) y una demora de casi 7 horas en Ezeiza a causa de desperfectos técnicos en el avión sólo fueron el prólogo de todo lo que nos esperaba en esa isla endemoniada en la que bien pudieron inspirarse para escribir la serie "Lost".
Después de chotocientas horas de un viaje de terror (los vuelos charter son una verdadera maldición!!) arribamos a nuestro destino.
Lejos de ser la isla de la fantasía, apenas se pudieron ver entre las nubes las primeras imágenes de nuestro destino, sólo una pregunta me invadió: ¿adónde se fueron las palmeras???
La isla era un gran desierto, arena y más arena. Tratando de conservar el optimismo, me pregunté si acaso el aeropuerto estaba al otro lado, del lado seco y árido, pero todo se veía igual.
El aeropuerto era casi tan grande como mi casa y allí nos esperaban un par de personas para subirnos a la traffic y comenzar el recorrido del “tren fantasma”.
Apenas estuvimos a bordo de la incómoda leonera, una guía empezó con las recomendaciones: que la isla era peligrosa, no había que alejarse de los complejos hoteleros (¿acaso los nativos eran caníbales?), recomendaban no visitar la feria en la capital, no tomar agua porque no era potable, no meterse demasiado en el mar porque era bravo, tener cuidado con el sol, etc. etc. etc.
¿¿¿Cómo caímos acá???, me pregunté, ¿En qué momento de inconsciencia habíamos descartado República Dominicana o Costa Rica?
Llegar al hotel fue la primera buena noticia que habíamos tenido en las últimas 24?... ¿36?... ¿48? horas. Al menos se veía firme, cómodo y limpio.
Llegamos a la habitación con el último aliento. No puedo describir el calor que hacía. A juzgar por la temperatura que hacía, el aire acondicionado no debía funcionar bien. 
Sólo queríamos bañarnos para sacarnos toda esa cracha y olor a viajero que traíamos hace tanto tiempo. Pero las valijas no habían llegado con nosotras a la habitación…
Esperamos un tiempito prudencial hasta que levanté el teléfono y las reclamé a conserjería. Nos aseguraron que en unos minutos estarían, pero los minutos pasaban y no aparecían. 
Enojada, opté por ir personalmente a reclamarlas y mis compañeras de viaje me siguieron cual dos secuaces. Allí estaban, en medio del amplio lobby, sólo tres valijas: ¡las nuestras!
Cuando pregunté por la demora, muy frescos me respondieron que era la hora del almuerzo, así que todos los empleados estaban… comiendo!!!!!!!
No podía creerlo. Quisimos cargar nosotras las valijas pero “nooooooo, eso no es para señoritas!!” Cómo será la cara que les hice al tiempo que no soltaba la manija, que ahí dejaron de comer y supongo que pensaron “mejor que las llevemos o ésta nos emboca!!” (traducido al venezolano, ¿no?)
Más tarde, más frescas y descansadas, salimos a explorar. El complejo era muy lindo. Se habían esforzado (tal vez fuera tarea de varias generaciones) en forestar, así que al menos allí teníamos algo verde para ver. Caminamos hacia la playa un senderito interminable hasta llegar al mar. 
Al llegar a la orilla no puedo narrar semejante decepción.
Mar del Plata era Jamaica al lado del panorama que se nos presentó. Viento patagónico, olas para practicar surf y unas aguas y arenas dignas de las playas de Coronda!!!
¿Nunca les ocurrió eso de querer negar la realidad hasta el último momento? Pues yo estaba en ese estado. “Tiene que haber otra playa”, afirmé muy canchera. Y caminé, caminé, caminé, pero más me alejaba del hotel y peor era la calidad de la arena y las aguas, por no hablar de lo inhóspito del paisaje.
En los días siguientes tratamos de llenar las horas con actividades, desde las propias del hotel (esas ezquizofrénicas como gimnasia, juegos, shows) hasta excursiones. Lo hicimos todo por huir de esa playa. Aunque teníamos tela para no aburrirnos… como la alergia al bronceador que dejó los ojos de mi amiga rojos e hinchados, o la intoxicación que pesqué en los últimos días y me hizo perder una excursión ya pagada.
Lo mejor que vimos en esos días fue Los roques, un archipiélago coralino donde hicimos snorkel con mi sobrina. Eso era lo que esperábamos encontrar en aquel horroroso lugar!!
Claro que el viaje no fue sencillo. Fuimos en una avioneta destartalada que dudé hasta el último momento que fuera a levantar vuelo (la inconsciencia de la juventud, como dicen) Creí que íbamos a tener que sacar los pies al estilo Picapiedras para darle envión!
Flechadas como camarones, descompuestas por el agua y la comida y agotadas, nos cruzamos con un par de cordobesas en la playa del hotel que nos dieron una aliciente: “Al menos ustedes se van en una semana… y nosotras, que vinimos por 15 días???”, decían con resignación.
Otra de las excursiones interesantes fue por el río, en la zona de los manglares (esos árboles medio selváticos que tienen sus raíces fuera del agua) Mientras viajábamos en esas lanchitas diminutas, masticadas por los mosquitos, los lancheros nos decían como gracia que solían descomponerse los motores y quedarse allí hasta que otro fuera por nosotros. Yo sólo pensaba que tocar con un solo dedo del pie esa agua turbia y moría en el instante!! ¿Todo tenía que ser tan “aventurero”? No soy una persona aventurera, quiero comodidades, suelo firme y atención de reina. Si no, me quedo en mi casa… sólo que entonces estaba tan lejos!!!
El último día (glorioso por ser el último!) averigüé por teléfono quién nos pasaría a buscar porque la única noticia local que se escuchaba en televisión es que había paro del personal de aeropuertos. Me respondieron que una combi pasaría por nosotras en la mañana.
Por supuesto que, terminada la estadía, nos cortaron la pulserita que nos habilitaba a tener pensión completa en el complejo y nos echaron de las habitaciones.
Un rato aquí y allá, quedamos aguardando que nos fueran a buscar. Después del mediodía ya comenzaba a picar el bagre y nadie aparecía. Parecíamos “Anita la huerfanita”, abandonadas a nuestra suerte por tres, sentadas al lado de las valijas preguntando a cada chofer que arribaba si nos buscaba a nosotras. Ninguno era el nuestro.
Al fin, a la tardecita, apareció un gordito que se apiadó de nosotros y nos cargó!! Pensamos que no llegaríamos a tiempo a tomar el vuelo pero nos equivocamos. El tipo agarró esas curvas con precipicio a "velocidad montaña rusa", hasta arribar con vida después de rezar el rosario completo!!!!
El aeropuerto era un caos. Si había capacidad para 100 personas, allí había unas 1500. Nadie sabía si saldrían los vuelos, a qué hora, qué haríamos si no salían, nada. En el teléfono de la agencia nadie respondía.
A esta altura el eco que había en nuestros estómagos vacíos era para el Guiness. No habíamos comido bocado desde el desayuno y ya estaba anocheciendo. No manejaban dinero en el hotel así que no habíamos podido almorzar allí. Tampoco había ningún kiosco o restaurant a mano, por lo que habíamos llegado en ese estado al aeropuerto.
Decidida dije “voy a comprar unos sandwiches” pero desistí al instante. Cientos de turistas hambrientos hacían cola frente al restaurantito del aeropuerto. Nunca nos tocaría el turno.
A las 10 y pico de la noche anunciaron nuestra partida. Respiramos aliviadas al poner los tres tristes culos cansados en los asientos del avión. Éramos tres despojos de seres humanos y nuestros estómagos, una verdadera sinfonía. Ni siquiera sabíamos si nuestros equipajes estaban viajando en el mismo avión o no, pero al menos estábamos en camino.
Despegamos al fin y fue la primera vez que ansié tanto dar por finalizadas mis vacaciones. Cerca de medianoche trajeron la cena y ahí nuestra felicidad fue completa.
Terminamos la travesía prendidas a la bandejita del avión, cual tres famélicas recién salidas de un campo de concentración.
Me dije "Caribe... ¡¡¡nunca más!!!"... pero años más tarde sería reincidente.