miércoles, 8 de noviembre de 2017

Perdidos en Ginebra



El título de este post puede hacer referencia a problemas etílicos, pero lo cierto es que si algo conservábamos en esta aventura era la sobriedad, así que -descartada la presencia de bebidas blancas en este relato- paso a contar.
Cuando llegamos a Ginebra, entramos en ómnibus a la ciudad. Así nos mostraron la estación de trenes, la Basílica de Notre Dame, el lago Lemán que cruzamos por el puente del Mont Blanc, el clásico reloj de flores... todo en medio de un día soleado, con cientos de personas en un clima festivo, ya que -según dijo la guía- teníamos suerte de llegar para las festividades de agosto, donde la ciudad se vestía de gala y había muchas celebraciones y ambiente que disfrutar.
Sin embargo, a medida que nos alejábamos del mundanal ruido, del lago y de la gente, nuestras caras iban cambiando, para enterarnos que nuestro hotel se encontraba en la francesa Annemase, a unos cuantos kilómetros de todo lo bello que habíamos visto.
Eso no hubiera sido una mala noticia, de no ser porque sólo teníamos una tarde en Ginebra y esa tarde era libre!!!
Muy suelta de cuerpo nuestra guía nos indicó que llegar al centro sería facilísimo, ya que había un bus que pasaba por la esquina de nuestro hotel y nos dejaba exactamente en la estación de trenes de Cornavin, muy cerca de la basílica y de todo aquello que queríamos ver más allá de la ventanilla de un ómnibus.
Confieso que la odié.
La entrada al hotel fue decepcionante. Parecía un local abandonado, sin un sólo mueble ni planta que ocupara el ambiente. Sólo un exhibidor con folletería y dos puertas metálicas de ascensores. La recepción estaba en el primer piso.
Debo confesar que fue la primera vez que me alojé en un establecimiento de ese tipo. Parecía más un hostel (y de los peorcitos), que un hotel con más estrellitas.
Al llegar al primer piso (en turnos, porque no todos podíamos subir juntos), el ambiente que nos esperaba arriba no era mucho más espacioso. 
Como era demasiado temprano aún para el check in, sólo nos indicaron dónde depositar nuestro equipaje y nos permitieron ir al baño, para dejarnos la famosa tarde libre.
Era más o menos la 1 de la tarde y estábamos algo famélicos.
Caminamos hasta la plaza principal de Annemase y almorzamos en uno de esos restaurantes típicos. Una hamburguesa, que -digamos- era la comida más conocida que tenía el menú.
Pasadas las 2 caminamos nuevamente para el hotel, deseando entrar a nuestras habitaciones y al menos usar nuestros propios toilettes, mas vimos el bus indicado llegar a la parada y, dado el poco tiempo del que disponíamos, lo tomamos sin dudar y sin detenernos en el hotel-hostel.
El viaje fue bastante largo para mi gusto (y de pie, porque venía atestado de gente),  pero todo iba bien hasta que en una parada nos detuvimos. 
No era la estación de trenes ni nada que se le parezca; y, pese a que no nos movimos de los asientos, de pronto el chofer nos "obligó" a bajar.
Descendimos confundidos. La mayoría hispano hablantes, que formábamos parte del mismo grupo y también una señora mayor que cargaba una valija, quien en peores condiciones que nosotros, hacía preguntas en francés que  ninguno de nosotros sabía responder.
Alguien comprendió al fin la cuestión y resultó ser que, a causa de las famosas festividades de agosto, nuestro bus sólo llegaba hasta esa parada, donde tendríamos que esperar otro bus que nos llevaría a la estación de Cornavin.
La pregunta del millón era por qué si el otro bus llegaba a Cornavin, no llegaba éste. Pero con los suizos mejor no discutir demasiado.
Allí quedamos varados, sin saber dónde cornos estábamos, hasta que muchos minutos más tarde llegó el nuevo bus.
Subimos ansiosos y obedientemente leímos los cartelitos de cada parada sin tener la más remota idea de dónde nos encontrábamos.
Cuando vimos anunciar la parada Cornavin, bajamos atolondrados.
Todo hubiera sido perfecto si no fuera que el bendito cartel anunciador estaba desincronizado!!!!
Ni ahí el lugar se acercaba a la estación de Cornavin.
Intenté preguntar en inglés a varias personas, pero después de varios intentos fallidos, decidí hacer caso a mi instinto y comenzar a caminar.
Así llegamos a la Basílica de Notre Dame. Y a partir de allí el camino a Mont Blanc era clarito.
La pregunta del millón era cómo regresar, pero por ahora no nos preocupaba. Había que disfrutar de la tarde... y rápido!! porque ya habíamos perdido más de una hora en el dichoso periplo.
Teníamos poco tiempo para recorrer, así que el paseo fue intensivo y agotador, ya que hacía un calor abrasador (lo que no sabía en ese momento era que tenía que aprovechar ese sol que no vería en la próxima semana en Suiza!!)
Ginebra era un mundo de gente y terminamos separándonos como grupo, para que cada cual pudiera hacer lo que quisiera en el poco tiempo que disponíamos.
Dejé para el final la compra del souvenir local (un imán para sumar a mi vasta colección), mas cuando acordé eran pasadas las 18 y TODOS los locales habían cerrado.
¿¿¿Cómo es posible que en pleno verano en una ciudad turística todo cierre a las 6 de la tarde???
Cansada, decepcionada y sin un puto recuerdo de la ciudad, caminé hacia la estación. No tenía sentido seguir dando vueltas en ese mundo de gente enloquecida.
En un bar vi a mis compañeras de viaje españolas y me senté a recuperar energías, mientras compartíamos nuestra decepción por esa tarde desperdiciada y perdida.
Tras una parada técnica en el toilette, partimos a Cornavin. Y allí todo fue más sencillo. Pudimos sacar nuestro ticket en el bus original (ya que el regreso sí corría) y, aunque los cartelitos seguían algo descoordinados, llegamos a destino.
Estaba aún a bordo del bus cuando advertí que había dejado mi campera impermeable en el bar!!!!
Volver era una locura y, francamente, en ese momento hubiera buscado un burro para que me diera patadas en el culo!! Pero gracias a la diligencia de mi guía (que calmó mi enojo con ella por la odisea en bus) y a que al día siguiente  por la mañana tendríamos el city tour por Ginebra, la pude recuperar (un verdadero milagro que no sucedería en Argentina, desde luego; y que fue fantástico porque después llovió tanto que fue la vestimenta que más usé)
Finalmente el hotel-hostel resultó ser muy cómodo y bien equipado. La habitación, un lujo!!, lo que (junto a la actitud de mi guía) confirmó que las primeras impresiones no siempre cuentan!!!!