viernes, 13 de julio de 2018

La necesidad tiene cara de hereje



Cuando estuve en Villa La Angostura me alojé en un hotel paquetísimo pero bastante alejado de la ciudad.
Estaba en un lugar incomparable, al lado de un arroyo y en medio de una vegetación frondosa, donde sólo se oía el canto de los pájaros (lo que por la noche se tornaba algo tenebroso, más aún cuando sólo una puerta ventana corrediza de vidrio estaba entre el bosque y yo, pero eso es harina de otro costal)
El tema era que no había absolutamente nada cerca y para movilizarse sólo disponía de un colectivito que -si bien tenía un horario- pasaba cuando se le antojaba.
Un día que fui al centro pensé en comprar bebida y comida para la noche, ya que tenía que regresar temprano (antes que se cortara el servicio de transporte... bah, en realidad antes que mi pobre vista cuarentona ya no pudiera distinguir en la oscuridad dónde cazzo tenía que bajar en la ruta) y violar uno de los mandamientos de la paqueta habitación: no comer allí dentro.
Soy una viajera frecuente y la verdad es que era la primera vez que encontraba una restricción de este tipo en un hotel. A ver... todos los hoteles tienen servicio de habitación y, por ende, permiten ingerir alimentos en las habitaciones. Muchos ofrecen además servicio de heladerita donde hay miles de porquerías para masticar. ¿Cómo podían prohibir comer allí dentro?
Lo cierto es que después de caminar toda la tarde y tomar fotos a cada rincón de una ciudad bellísima, me senté en un bar a tomar un café.
Cuando estaba terminando, pregunté dónde podía conseguir un taxi, ya que faltaba bastante tiempo para la hora del colectivito y quería llegar al hotel para disfrutar su piscina espectacular (además, francamente,  ya estaba bastante cansada de dar vueltas) y se ofreció gentilmente a pedirlo por teléfono.
Accedí y en pocos minutos el auto estuvo allí. 
Sólo unos kilómetros después me di cuenta que había olvidado por completo pasar por el supermercado!!
Bueno, pensé, el hotel ha de tener un room service o al menos un bar donde comer un sandwichito nocturno.
Pues no, no lo tenía.
El bar sólo ofrecía tostados de jamón y queso hasta las 20 hs. 
¿A quién se le ocurre ese horario? Los argentinos cenamos más tarde!!!
Como quería ir a la pileta, pedí que me prepararan el dichoso tostado y a las 20 en punto estuve en recepción, aún con el cabello mojado.
No podía pedir que lo empaquetaran porque se avivarían que violaría la norma de prohibición de comer en la habitación. Así que me senté en el desierto hall de recepción y de espaldas a la recepción, frente a la pantalla del televisor, simulé comer.
Cada vez que la conserje se distraía, envolvía una porción de sandwich y la metía en mi bolso.
Fue toda una experiencia en el arte de aparentar, moviendo la mandíbula y tragando saliva, mientras con rapidez envolvía cada trozo y lo guardaba.
Así estuve un buen rato hasta que me limpié la boca (que estaba más que limpia!!) y me levanté del sillón.
Pasé al lado de la conserje temiendo una requisa que me pusiera en evidencia y la saludé con un "hasta mañana".
Esa noche violé el mandamiento número 1 de la habitación y a una hora decente, cené un frío tostado aplastado con trozos de papel pegado, sentada en mi cama king size, para después juntar minuciosamente cada miguita que se hubiera podido caer (había que ocultar la evidencia!!)
¡Me sentí la pobre pordiosera del palacio!