martes, 23 de octubre de 2018

Baño turco en Estambul



Tenía todos los servicios de mi viaje a Turquía contratados, cuando en Facebook vi un video acerca de los baños turcos.
A decir verdad, hasta ahora poco me había interesado el tema y, en mi ignorancia, creía que sólo se trataba de ir a sudar a un sauna y punto.
En el video se veía toda otra experiencia placentera, con masajes reconfortantes, oleajes de espuma y relajación.
Cansada como estaba tras el largo tirón de la jornada diaria de trabajo, puse manos a la obra y comencé a googlear el tema.
Muchos lugares ofrecían el dichoso masaje, pero sólo dos llamaron mi atención: Cemberlitas, el más antiguo de Estambul, cuya construcción había sido encargada al arquitecto Mimar Sinan por la Sultana Nurbanu (nuera de Suleymán) allá por el Siglo XVI y había funcionado ininterrumpidamente desde ese momento; y el Suleymaniye, también construido por Sinan, que había venido funcionando con interrupciones y refacciones mediante; único mixto (cosa que podía ser interesante para parejas, pero a mí no me gustaba ni medio). 
Esos dos quedaron como finalistas no sólo por los servicios sino fundamentalmente por la historia.
Comencé a leer referencias y muchos se quejaban del trato de los masajistas en Cemberlitas, donde aseguraban que daban verdaderas palizas, y por alguna razón recordé esa famosa escena de la película de Queen Latifah, cuando en el lujoso hotel de Karlovy Vary le quita a la masajista la ramita y comienza a pegarle ella!!
No sé por qué (ya que ni siquiera era más económico), si acaso fue mi espíritu masoquista, pero terminé de decidirme por Cemberlitas y así hice la reservación para el último día de mi estadía en Estambul, a las 10:30, cosa de no tener que madrugar y poder seguir andando el resto del día.
Hacia la mitad de mi viaje, las opiniones de las compañeras de tour que habían probado el dichoso baño turco (ofrecido en todos y cada uno de los hoteles) me desanimó un poco. Hablaban del calor insoportable del lugar, de las palizas que pegaban las masajistas turcas, de cómo te baldeaban con agua, teniendo que contener el aire para no ahogarte, o de la forma en que resbalaba tu cuerpo por el mármol caliente.
Eso, sumado a mi temor de ir sola y de ser una hipertensa a la que no sé cómo caería el calor excesivo, hicieron que mi ansiedad y mis temores fueran in crescendo a medida que se acercaba el momento.
Y después de la experiencia del globo, que tanto había idealizado y se convirtió casi en una pesadilla, ya podía esperar cualquier cosa.
El día indicado -por temor a no encontrar el lugar, o de puro ansiosa nomás- llegué casi una hora antes.
Di vueltas por el barrio un buen rato hasta que un turco comenzó a seguirme y darme conversación (son realmente atrevidos y hay que cortarles el chorro de entrada), así que decidí entrar.
Una chica muy agradable me recibió hablando un perfecto inglés.
Le dije que tenía una reserva y ella pareció no encontrarla, ni interesarle que hubiera llegado con tanta anticipación. Entonces me preguntó qué tipo de masaje quería.
Ahí mis antenas se pararon de golpe. Le dije que tenía la reserva del masaje hecha y paga. Y al mencionar el pago comenzó el problema.
Me pidió un voucher que no tenía, sólo el itinerario en español, que era como darle a leer un texto en sánscrito!! 
Afortunadamente también había llevado el teléfono de mi contacto en Estambul, así que (muy diligente) la chica se comunicó con este señor mientras me invitaba a sentar y me hacía servir el clásico tecito.
Un rato después todo estaba aclarado. Entonces me entregó una bolsita de tul y me invitó a subir a los cambiadores.
El lugar tenía dos o tres pisos, con balcones de madera que daban hacia unos sillones en el centro. Un piso era sólo para mujeres y otro sólo para hombres. Cada piso estaba dividido en habitaciones pequeñas con lockers con llave, donde se podía encontrar una especie de pareo para atarte alrededor del cuerpo y un par de chinelas.
En la bolsita había un jaboncito, un guante para exfoliar, una bombacha de lycra y otra tableta azul, que creí era un jabón extra.
Por supuesto que la bombachita no me iba ni en un cachete, pero como había sido previsora, tenía una propia extra. Me quité el resto de la ropa, enroqué como pude en mi voluminoso cuerpecillo el "pareo" y con fuerza metí mis 45 en las chinelas.
Cuando estuve lista, cerré el locker, colgué la llave en la muñeca, ya que tenía una pulserita de goma (que me iba!!), y descendí a la zona del baño propiamente dicha.
Cuando entré al "sauna" creí que me moría. El calor era asfixiante!!!!! Tan asfixiante como fascinante el lugar. Redondo, enteramente de mármol, tenía una especie de mesada octogonal al centro y arcos y columnas a los costados. En cada uno de estos compartimientos entre columnas,  una canilla antigua, con su bacha de mármol. En el techo la cúpula, decenas de agujeritos por los que entraban los rayos de sol, daban un toque místico al lugar.
Me senté en la "mesada". Estaba tibia, muy confortable, pero seguía sin saber por cuánto tiempo aguantaría tal temperatura.
Junto a mí dos mujeres más estaban en medio de su masaje, tendidas sobre sus "pareos" en la "mesada". 
Las masajistas atendían en ropa interior (no hubiera podido ser de otra manera, a causa del calor) y, lejos de ser figuritas, tenían cuerpos normales, lo que hacía que al menos no pensara en la vergüenza de mostrar mi panza y mis pechos enormes a desconocidas.
Una de ellas me llamó y me invitó a quitarme el pareo, tenderme sobre él boca abajo y comenzó a volcar sobre mi cuerpo agua tibia, con mucha delicadeza (al menos no me baldeaban!!). Tomó el guante exfoliante y lo pasó por todo mi cuerpo: primero boca abajo, luego boca arriba y más luego, sentada, devolviéndome la vitalidad en mis pobres miembros desarticulados al final del viaje.
Volvió a enjuagarme y estando de boca al mármol, sentí algo parecido a una caricia. No era agua... era espuma!!! La sensación era muy placentera y relajante.
Cuando se hubo desparramado la espuma, comenzó a friccionar el guante contra mi cuerpo, hasta quedar hecha una versión de la pantera rosa en ese capítulo que se mete en una lavadora.
Hecha una bola de espuma, volvió a traer cuencos de agua y enjuagó mi piel, que a estas alturas tenía la textura de la de un bebé.
Más adelante me invitó a calzarme (lo que hice con sumo cuidado porque tenía terror a resbalar en medio de tanto mármol) y a sentarme en un escalón al suelo, al lado de una de las canillas del costado. Entonces fue el turno de mi pelo.
En otra vida debo haber sido perro porque amooooo que me toquen la cabeza, así que por poco me duermo mientras me masajeaban el pelo!!
Luego de un nuevo enjuague, tendieron mi pareo sobre el mármol del centro y me invitaron a recostar.
Entonces todo el ruido de agua se apagó y sólo quedamos las tres mujeres solas en medio de un silencio sólo alterado por el sonido de algunas gotitas perdidas al caer, en un estado de completa relajación.
El calor ya era historia, ni lo sentía.
Allí estuve hasta que quedé sola y decidí levantarme también.
Afuera, me envolví con un toallón y me senté a esperar con mi bolsita de tul en la mano.
En eso llegó una mujer que nada hablaba de inglés o español y me preguntó por la mascarilla de rostro. Yo sabía que la tenía incluída pero ella me pedía un ticket y yo no sabía a qué cazzo se refería.
Finalmente tomó mi bolsita y sacó lo que yo creí que era un jabón. Esa ficha azul era el ticket!!! Claro, hubiera sido inútil entregarme algo de papel en medio de tanta agua.
Tomó la ficha y regresó con un cuenco lleno de una especie de barro que aplicó sobre mi cara, cuello y hombros con un pincel.
Estuve allí hasta que el barro se endureció y quedé con expresión de la gallina protagonista de Pollitos en fuga. Entonces me invitaron a duchar!! Esta vez por mi cuenta. Sólo que no había espejo, así que quitarme el barro de la cara fue medio por intuición.
Las dos mujeres que estaban junto a mí resultaron ser españolas, así que terminé hablando con ellas en mi idioma. No les había gustado nada el bañito.
Para mí, en cambio, fue una de las experiencias más placenteras que tuve, después de las piedras calientes, que siguen primeras en el top ten de masajes corporales.
¿Se animarían? Realmente lo recomiendo. Vale la pena probarlo!!!

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Jugarretas de la tecnología


Viajeros viejos como yo, o más... ¿recuerdan cuando las habitaciones de los hoteles simplemente abrían con llaves? Habrá sido más inseguro, pero qué cómodo y simple era y cuántos problemas ahorrábamos de enemistad con la tecnología!!
Todavía recuerdo allá lejos y hace tiempo cuando me entregaron la primera tarjeta magnética en un hotel de Amsterdam. Corrían los años 80 y ni en mis sueños más futuristas hubiera imaginado algo así.
Incluso entonces te la podías llevar de recuerdo!! Creo que todavía ha de estar guardada entre los souvenires de mi primer viaje a Europa.
Pero como decía el viejo y querido Tu Sam, todo "puede fallar, Leonardo; puede fallar".
Ansiaba conocer Pamukkale y sus blancas piscinas desde que vi por primera vez fotos de ese curioso lugar. Y debo confesar que el día que llegamos -y a duras penas subí después de una larga jornada agotadora y los más de 40 grados asfixiantes de agosto-, tuve que esforzarme por disfrutar estar en medio de ese paisaje tan soñado, tan esperado. 
Ya pasadas las 19 horas de un día eterno que había comenzado demasiado temprano, mi humor iba decayendo, mis fuerzas me abandonaban y sólo quería llegar al hotel y darme un buen baño que me devolviera la humanidad.
Afortunadamente el hotel no se encontraba a gran distancia de las piscinas y en menos de 15 minutos llegamos. 
Como de costumbre, bajamos nosotros mismos nuestro equipaje (en Turquía se podría hacer una película llamada "¿Y dónde están los maleteros?") y con el último suspiro, lo empujamos al lobby.
El check in tardó un poco más de lo deseado, pero sin mayores contratiempos nos entregaron nuestras tarjetitas.
A la pregunta por la clave de wi fi nos respondieron que para asignarla hacía falta ingresar los pasaportes de todos y, apenas estuviera listo ese trámite, podíamos tener señal tomando nuestro número de habitación como usuario y la fecha de nacimiento como contraseña... lo que llevaría no menos de 45 minutos!!!!
Nos preguntamos el porqué de tanta demora!!!... Éramos sólo 6 personas, 3 habitaciones. ¿Cuánto habrían tardado si hubiéramos sido un contingente de 60?
Pero bueno, no era lo importante. Lo único que esperábamos era descansar un rato antes de la temprana cena y dejarnos caer agua fresca en las cabezas.
Nos dijeron que nuestras habitaciones estaban en el primer piso y hacia allá nos encaminamos tirando del equipaje, que -acorde a nuestro grado de cansancio- parecía pesar el doble!!!
Entonces ingenuamente pregunté por el ascensor, para recibir por respuesta que... ¡no había!
Hirviendo de rabia, acarreé mis dos maletas por unas escaleras que parecieron eternas, sólo para llegar y darme cuenta que mi habitación (al igual que las restantes dos) estaban al otro lado del hotel!!!
No sé describir a cuántos metros, pero seguimos tirando del equipaje tres largos corredores (alfombrados, para completarla, trabando las rueditas) hasta llegar a las habitaciones.
Entonces primero una, luego las otras y luego los otros, fuimos probando las tarjetas y... nada: luz roja.
Traté de mantener el optimismo y pensé que seguramente estarían cargando nuestros datos y no estarían habilitadas hasta tanto los ingresaran en la computadora, como para la clave del wi fi. Mas los minutos pasaban y las puertas seguían sin abrir.
Unas coreanas voluntariosas (quienes seguramente pensaron que éramos unos nabos que no sabíamos abrir las puertas) nos ofrecieron ayuda, pero las putas tarjetas seguían sin funcionar.
Era tal el grado de cansancio que ninguno de nosotros hacía punta para bajar a preguntar.
Primero se sentó en el suelo una, después la otra, hasta que quedamos acampando en el piso, exhaustos, estirando la mano temblorosa, de tanto en tanto a ver si las puertas al fin abrían.
Finalmente el caballero del grupo se ofreció a bajar.
Tardó un buen rato, ya que recuerden que era toooooda una caminata ir hasta el lobby.
Cuando apareció, dijo tener ya la tarjeta "arreglada", pero al probarla nuevamente la luz roja saltó.
Otra de mis compañeras se ofreció a bajar y llevó también las tarjetas de las restantes habitaciones.
Para entonces me había quitado las zapatillas. Sentía tanto calor y dolor de pies que no imaginaba poder dar un paso más (ni levantarme del suelo)
Al regresar, la de ella milagrosamente abrió, pero las nuestras seguían sin funcionar. Las intercambiamos, pensando que podía haber sido un error, y no hubo caso.
Finalmente junté toda la fuerza que me quedaba, el calor que me había quemado la cabeza todo el día, la furia de haber tenido que subir todo el equipaje por escaleras y arrastrarlo por la alfombra y bajé tal como estaba, sudada y en pata, dispuesta a romper las relaciones diplomáticas con la conserjería turca. Una voluntaria (muy valiente, dado mi estado de "sacadez") me acompañó.
En principio intentaron la disculpa de que no sabíamos usar las tarjetas pero sólo bastó una mirada incineradora (de ésas que me salen tan bien cuando estoy furiosa) para que nuevamente le cargaran el código sin decir nada más (en inglés ni en turco). 
No obstante el reseteo, pedí que nos acompañara alguien del personal, ya que -si no andaba- ni ebria, ni dormida, pensaba volver a bajar y subir escaleras.
Y al fin, tras tres intentos fallidos, la tarjeta dio luz verde y pudimos entrar a meternos bajo la ducha!!!!
Pero la historia no termina allí, sino que durante los tres días de estadía en ese hotel, cada vez que salía de la habitación, la maldita tarjeta se desprogramaba y me obligaba a hacer toda la caminata para recodificarla.
El último día me avivé (ustedes pensarán "qué idiota, le fueron tres días para darse cuenta", pero piensen que la temperatura había hecho chicharrones  mis neuronas) y la probé apenas cerré la puerta, por lo que pude llevarla a reprogramar antes de subir todos los escalones y recorrer las dos cuadras de corredores.
Conclusión: la tecnología es muy linda, práctica y segura, pero cuántas cosas eran más ágiles antes de la computación!!! Todo a mano tardaba más, es cierto. Pero si hoy  se cae un sistema, todo se paraliza. Y a veces, durante horas!!
Dilemas de la modernidad...

domingo, 2 de septiembre de 2018

Vuelo y aterrizaje en Cappadocia



Toda la vida quise volar. Desde que tengo memoria que soñaba con transportarme por los aires, en el medio que fuera o por mis propios medios, por qué no.
Particularmente soñaba con volar en globo. Había algo de encanto y magia en eso de flotar debajo de una burbuja de aire.
Cuando viajaba, solía ir sentada en el asiento trasero del auto, buscar un puntito en el vidrio e imaginar que era un globo en el que viajaba, subiendo y bajando la cabeza a fin de que el puntito se moviera y esquivara cuanto obstáculo encontrara.
Tuve que esperar 40 y tantos años para que mi sueño se hiciera realidad y, como ya sabemos, cuando los sueños se realizan distan mucho de parecerse a lo soñado.
En mi pobre e ingenua imaginación, se abría una puertita, uno entraba al canasto del globo y en poco tiempo se despegaba del suelo para tener un vuelo tranquilo en el que pudiera caminar dentro del canasto buscando la mejor foto, hasta el aterrizaje, grácil y suave, donde nuevamente me abrirían la puertita y bajaría como una reina de su carruaje.
Nada más distante de la cruda realidad...
El día que decidí mi viaje a Turquía, sólo tenía una condición: que el tour dejara tiempo libre para tomar la excursión en globos por la región de Cappadocia.
Había pasado meses mirando embobada las fotos de ese festival de colores suspendido en el cielo, en medio de un paisaje tan agreste como increíble, de chimeneas y valles.
No pude tomar la excursión desde aquí porque todo dependía de las condiciones climáticas que hubiera, llegado el momento. Evité pensar en mi suerte perra que hacía que cada vez que intentaba hacer algo se suspendiera por alguna razón, y me concentré en pensar que sí lo lograría.
La noche anterior dormí por momentos. Era tal la ansiedad!!! Como la de un chico a quien van a llevar al parque de diversiones más alucinante del mundo.
A las 3 de la mañana ya me levanté. No podía esperar más. Y fui la primera en aparecer en el hall desierto del hotel.
Luego me reuní con mis tres compañeras de viaje y partimos puntualmente a las 4:15 en una traffic.
Llegamos a un lugar del que poco se veía. Hacía frío, algo que teniendo en cuenta los 40 y pico grados que habíamos padecido diariamente desde nuestra llegada a Turquía, era una verdadera sorpresa.
Pero íbamos abrigadas, al menos nosotras!! Había una pendeja con minifalda, mangas cortas y tacos. Se quedó en la traffic hasta la partida y no volví a verla, pero no pude evitar preguntarme cómo cazzo había subido en esas condiciones al globo, porque (cuando continúen leyendo mi historia) se darán cuenta que subir no era una tarea sencilla.
Nos ofrecieron un desayuno. Sólo tomé un café por temor a que me cayera mal. No tenía miedo, en absoluto. Sólo la ansiedad de quien deseó algo toda la vida y estaba a punto de hacerlo realidad.
En eso comenzaron a inflar el globo. Los globos, en realidad. Sólo que los demás estaban más alejados y no llegábamos a verlos. 
Cuando largaron el primer fogonazo todos gritamos. Nunca imaginamos -creo- que el ruido iba a ser tan estruendoso!!
Al fin lo pararon sobre el canasto y nos hicieron acercar.
Éramos tantos!!! Yo pensé que hasta 10 personas por globo subiríamos, pero éramos 20... ¡¡¡¡veinte!!!!
El canasto no era un habitáculo libre, sino un rectángulo dividido en 5 partes: dos rectángulos a cada lado para que entráramos 5 de nosotros por lugar, y un espacio al medio para el conductor.
Eso ya me intranquilizó.
Ni hablar cuando no vi la famosa puertita de mis sueños y pasaron con una escalera metálica!!!... sólo para colocarla del lado opuesto al que subiríamos. 
Entonces pasó una de mis compañeras delante de mí y con horror observé que teníamos que trepar el metro sesenta de altura que debía tener el borde metiendo nuestros pies a modo de escalera en unos huecos que tenía el canasto.
De más está decir que los huecos eran tan pequeños que apenas entraba la punta de mis pies 45!!!!
Allí comencé a ponerme nerviosa.
Con esfuerzo logré trepar, ponerme a caballito, pasar mi metro de la pierna que había quedado afuera al lado interior y justo cuando ya tenía dominada la maniobra y me iba a deslizar hacia dentro del cubículo que me tocaba, mi puta campera de tela de avión me hizo resbalar en sentido contrario y caí de espaldas al cubículo opuesto!!!!!!!!
Imaginen a mis compañeras de viaje que aún estaban fuera del globo. De repente me habían visto desaparecer de cabeza, como si un agujero negro en el canasto me hubiera abducido!!!!! El susto que se pegaron!!!
Y yo en realidad no terminé de caer, sino que quedé colgada como las zarigüeyas de "La era de hielo", sin golpearme, y simplemente me fui deslizando hasta quedar sentada en el piso del canasto. Eso sí, descalza, ya que una de mis zapatillas había volado en esa empresa.
Mientras me ponía la zapatilla oía que me preguntaban si estaba bien. Y claro que estaba bien, no me había golpeado en absoluto, pero tenía tanta bronca contra los turcos que podía llegar a asesinarlos.
Después de mi caída al menos llevaron la escalera de nuestro lado. Pero hubiera sido todo tan fácil si simplemente colocaban una tarimita de madera en el interior del canasto!!!!
Sólo que siempre tienen que ser tan improvisados, más argentos que nosotros los argentinos!!
Cuando al fin terminó de subir el resto de los pasajeros, con horror verificamos que en nuestro lado éramos tres grandotes y pesados en tanto del otro todos eran chiquitos.
Una de mis compañeras comenzó a exigir un cambio. Y se plantó en esto, principalmente porque el globo iría desbalanceado y porque apenas nos podíamos mover.
Finalmente accedieron a la petición e hicimos el cambio.
Yo ya no disfrutaba. Sólo pensaba en el descenso y aún no habíamos despegado!!
Entonces explicaron cómo sería el aterrizaje. Para mi horror, habría que permanecer todos mirando hacia el mismo lado, agachados y prendidos de unas sogas que había en el interior del canasto.
Agachada yo... si no puedo agacharme por mi rodilla!!!! Un hombre con problemas de cadera también se espantó al enterarse recién en ese momento en qué condiciones sería el aterrizaje.
Y partimos.
La belleza del paisaje y la tranquilidad del vuelo me hizo olvidar tantas penurias del inicio.
Al fin estaba volando y eso era todo lo que importaba. 
Trataba de no pensar en cómo bajar ni en el calor que ahora tenía (ya que, habiendo quedado al lado del conductor y del fuego, me sentía un pollo al spiedo), pero no podía quitarme la campera, simplemente porque no tenía lugar para maniobrar.
Después de una hora llegó el temido descenso.
Como única traductora del inglés del conductor, expliqué a los demás que pasados unos cables de energía eléctrica, tendríamos que tomar la posición de aterrizaje.
Me agaché con el resto, pensando que sería rápido. Pero fue eterno!!!!!
Mis rodillas pedían pista cuando al fin (no muy delicadamente como en mis sueños) y luego de unos rebotes, el canasto se posó en... un trailer!!!!!!!! No estábamos en tierra sino aún más alto!!! En el trailer tirado por la camioneta que llevaría el globo. ¡¡¡¡Ahora era más dificultoso bajar!!!!
De a uno fueron todos bajando hasta quedar el señor de la cadera jodida y yo, la de la rodilla jodida.
Sólo pedí a Dios (o a quien fuere) que no me cayera nuevamente en el descenso. No podría soportar una nueva humillación.
No fue sencillo, pero afortunadamente pude salir ilesa. 
También el señor de la cadera, pese a que renegó bastante.
Cuando descorcharon champán para celebrar y nos entregaron los certificados de vuelo, me temblaban hasta los dedos de los pies!!!!
Había volado, al fin había volado en un globo real y no en el puntito sucio del vidrio de un auto.
Me sentí realizada, después de todo. Y con cierta bronquita también, porque pudo ser mejor y menos traumático. 
Como en su momento dije al pasear en dromedario: una experiencia única. Única y tal vez irrepetible.

miércoles, 15 de agosto de 2018

El infierno de Afrodisias



Por más que me abollo la cabeza pensando, no logro dilucidar por qué elegí agosto para conocer la soñada Turquía. Yo, que me paso diciendo a todo el mundo que el peor mes para ir a Grecia es agosto, ¿por qué en algún momento pensé que en la vecina Turquía el clima sería diferente?
Encima de todo, ligué ola de calor. Sí, soy como la que saca siempre el bingo: viajé a España con la peor ola de frío, fui a Maastricht el día que hizo la máxima temperatura histórica y ahora vengo a conocer Turquía en medio de un verano feroz!!!
Lo cierto es que venía piloteando bastante bien las temperaturas altas... hasta hoy.
Una cosa es ir a la playa con ola de calor. A lo sumo te meterás debajo de una sombrilla, tirada en la arena o en una reposera como cachalote y sólo moverás tu trasero para levantarte a darte un remojón de vez en cuando en las frescas aguas de mar.
Pero otra cosa muy diferente es tener que recorrer ruinas históricas, donde no hay un puto árbol ni por error, con más de 40 grados de temperatura!!!!
Y convengamos que los turcos no colaboran en nada para poder hacer más soportable un tour de ese tipo.
Ellos toman la vida con calma. Si se puede dormir más, se duerme. Si pudieran estarían haciendo paradas, comiendo y tomando tecito cada media hora... en fin, son otra cultura. No tengo nada contra ellos, que vivan como quieran. Siempre que no me jodan a mí!!!
El día en Kusadasi se presentó caluroso desde temprano. Bah, temprano. El horario de salida del tour hacia Afrodisia era a las 8:30.
De haber sabido que era tan largo el camino, creo que mis compañeros y yo hubiéramos acordado unánimemente salir a las 6 de la mañana. Pero como lo ignorábamos, fuimos como tiernos corderitos al matadero.
También de haber ido directo hacia las ruinas, la cosa hubiera cambiado.
Llevábamos una hora de viaje cuando decidieron hacer una parada para usar baños y redesayunar. Sí, porque pueden estar todo el día tomando sus tecitos una y otra vez. Yo estaba llena hasta las orejas, así que sólo atiné a ir al baño y comprar un agua mineral.
Cuando salimos con mis compañeras de la tienda, con asombro vemos que... estaban lavando la combi!!!!!!!! A ver, ¿no pudieron lavarla el día anterior, que llegamos temprano del tour? Pues no, allí estaban dialogando animadamente, tecito de por medio, mientras lavaban la traffic en que nos transportamos.
Media hora después partimos. Sólo para parar unos 15 minutos más tarde a... cargar combustible!!!!!!!!
Ahí creímos que nos iba a dar algún patatús, pero se ve que argentinos y uruguayos somos fuerte. Venimos bancando cosas desde el Virreynato del Río de la Plata, que nos unen en una capacidad común de soportar idioteces.
Finalmente salimos. Claro, para cuando llegamos a Afrodisias eran las 12!!!!!!!!
Imaginen el cuadro: sol de mediodía, directo sobre la cabeza, ni una nube amiga (como diría mi sobrina Marce), ruinas históricas con sólo dos o tres arbolitos, piedra y caminata de casi 2 horas!!!!!!!!!
Un tractor nos transportó hasta la entrada (toda una aventura) y, tras una breve parada en los baños, emprendimos el duro camino.
Tenía sombrero, protector solar, llevaba una botella de agua, pero en un momento creí que moriría.
Nuestra guía, amorosa por cierto pero algo oxidada en el tema ya que hacía DOCE años que no visitaba el lugar, en un momento dado nos hizo meter por un camino polvoriento para ver un templo. 
Habíamos recorrido unos 500 metros por el sol, tapados de tierra hasta las orejas, muertos de sed (ya que el agua ya hervía, al igual que los bolsos, cámaras y celulares), cuando advertimos que el camino no llevaba a ningún sitio y tuvimos que regresar!!!!!!!!
A esa altura creo que arrastraba los pies. No podía dar un paso más!! pero había que llegar al estadio.
¿Por qué estos putos griegos y romanos construían los estadios tan apartados de la ciudad? Y al llegar, todavía nos quedaba una escalera de escalones altos por subir.
¿Y puede haber algo más?... sí, ¡¡¡¡¡¡tábanos!!!!!!!
Ahí sí me dije que sería mi último día en la tierra y me resigné a que mi pobre maltratada osamenta descansara en la tierra de los sultanes. Pero pudimos regresar a la entrada y en ese estado calamitoso pasamos por el museo para ver las esculturas.
Recién allí pudimos respirar un poco y normalizar el ritmo cardíaco, aire acondicionado mediante.
Me sentía un monstruo deforme, bañado en transpiración, con los pies hinchados como pelotas, la cara enrojecida por el sol y el esfuerzo y la boca seca, como masticando arena.
El litro de agua del almuerzo terminó de hacerme volver en mí.
Las ruinas eran fabulosas!!! pero reconozco que no pude disfrutarlas como hubiera querido.
Y el castigo no terminaba allí, sino que nos esperaban 3 horas más de viaje por ruta, con el sol azotando desde el vidrio que hay en el techo de la combi y con el aire acondicionado funcionando a desgano.
Cuando me dijeron que ese día iríamos a las piscinas naturales de Pamukkale, creí que iba a estallar de odio!!
Años soñando con ese lugar para tener que hacerlo en esas condiciones!!!!
Llegar hasta la cima fue otra caminata bajo el crudo sol, pero eran las 17:30 y ya no se sentía a Febo como a las 12, o bien había perdido la sensibilidad. No puedo asegurarlo.
En un momento dije "está bien, hago zoom con la cámara y saco fotos desde acá", pero cuando ese espectáculo de blanco inmaculado se presentó ante mí no pude menos que pucherear de la emoción de sentirme tan chiquita al lado de tanta belleza natural.
Y las fuerzas volvieron. Y terminé el camino. Y después de años de soñarlo, metí mis patitas 45 en las cálidas aguas de Pamukkale.

viernes, 13 de julio de 2018

La necesidad tiene cara de hereje



Cuando estuve en Villa La Angostura me alojé en un hotel paquetísimo pero bastante alejado de la ciudad.
Estaba en un lugar incomparable, al lado de un arroyo y en medio de una vegetación frondosa, donde sólo se oía el canto de los pájaros (lo que por la noche se tornaba algo tenebroso, más aún cuando sólo una puerta ventana corrediza de vidrio estaba entre el bosque y yo, pero eso es harina de otro costal)
El tema era que no había absolutamente nada cerca y para movilizarse sólo disponía de un colectivito que -si bien tenía un horario- pasaba cuando se le antojaba.
Un día que fui al centro pensé en comprar bebida y comida para la noche, ya que tenía que regresar temprano (antes que se cortara el servicio de transporte... bah, en realidad antes que mi pobre vista cuarentona ya no pudiera distinguir en la oscuridad dónde cazzo tenía que bajar en la ruta) y violar uno de los mandamientos de la paqueta habitación: no comer allí dentro.
Soy una viajera frecuente y la verdad es que era la primera vez que encontraba una restricción de este tipo en un hotel. A ver... todos los hoteles tienen servicio de habitación y, por ende, permiten ingerir alimentos en las habitaciones. Muchos ofrecen además servicio de heladerita donde hay miles de porquerías para masticar. ¿Cómo podían prohibir comer allí dentro?
Lo cierto es que después de caminar toda la tarde y tomar fotos a cada rincón de una ciudad bellísima, me senté en un bar a tomar un café.
Cuando estaba terminando, pregunté dónde podía conseguir un taxi, ya que faltaba bastante tiempo para la hora del colectivito y quería llegar al hotel para disfrutar su piscina espectacular (además, francamente,  ya estaba bastante cansada de dar vueltas) y se ofreció gentilmente a pedirlo por teléfono.
Accedí y en pocos minutos el auto estuvo allí. 
Sólo unos kilómetros después me di cuenta que había olvidado por completo pasar por el supermercado!!
Bueno, pensé, el hotel ha de tener un room service o al menos un bar donde comer un sandwichito nocturno.
Pues no, no lo tenía.
El bar sólo ofrecía tostados de jamón y queso hasta las 20 hs. 
¿A quién se le ocurre ese horario? Los argentinos cenamos más tarde!!!
Como quería ir a la pileta, pedí que me prepararan el dichoso tostado y a las 20 en punto estuve en recepción, aún con el cabello mojado.
No podía pedir que lo empaquetaran porque se avivarían que violaría la norma de prohibición de comer en la habitación. Así que me senté en el desierto hall de recepción y de espaldas a la recepción, frente a la pantalla del televisor, simulé comer.
Cada vez que la conserje se distraía, envolvía una porción de sandwich y la metía en mi bolso.
Fue toda una experiencia en el arte de aparentar, moviendo la mandíbula y tragando saliva, mientras con rapidez envolvía cada trozo y lo guardaba.
Así estuve un buen rato hasta que me limpié la boca (que estaba más que limpia!!) y me levanté del sillón.
Pasé al lado de la conserje temiendo una requisa que me pusiera en evidencia y la saludé con un "hasta mañana".
Esa noche violé el mandamiento número 1 de la habitación y a una hora decente, cené un frío tostado aplastado con trozos de papel pegado, sentada en mi cama king size, para después juntar minuciosamente cada miguita que se hubiera podido caer (había que ocultar la evidencia!!)
¡Me sentí la pobre pordiosera del palacio!

lunes, 25 de junio de 2018

La bajada de Pelourinho



Muchos que conocen mi animadversión hacia el calor me han preguntado cómo cazzo fui a elegir justo Salvador de Bahía para mis vacaciones. Y sólo hay una respuesta posible: la historia.
Soy una apasionada de la historia, de lo colonial, las construcciones de cientos de años, las calles adoquinadas y los balcones de rejas de hierro forjado. Y Bahía reunía muchas de esas condiciones.
Así que me embarqué en marzo, pensando que tal vez sería menos caluroso que enero.
Pero Bahía tiene altas temperaturas todo el año. 
Por ahí sopla un vientito salvador, pero el sol puede resultar insoportable.
El día que estaba programada mi visita a la parte histórica de la ciudad me alegró que no lloviera. 
Era un día espléndido, con un incomparable cielo azul, de ésos que salen espectaculares en las fotos, más aún en el contraste con el colorido de las construcciones típicas.
Feliz, cámara en mano, me dispuse a salir de caminata por esas viejas calles empedradas.
Tenía soleras, pero decidí que lo mejor era un short y una remera bien fresquita.
A los gordos no se nos dan bien los shorts, porque tenemos las piernas juntas y las del pantalón van escalando posiciones al caminar. Aún así era la mejor opción porque teniendo en cuenta el calor y lo que transpiro, la otra alternativa era terminar escaldada, que -les aseguro- no es nada agradable.
Esta vez decidí caminar sin prestar atención a los incómodos shorts y dejarlos que suban y bajen a su antojo, concentrándome en lo que verdaderamente importaba: las explicaciones del guía, el paisaje y mis fotografías.
El calor era abrasador. Y, desde luego, no hay un puto árbol!! Así que estuvimos horas recorriendo esas calles bonitas, ese festival de verdes, rosas, azules y amarillos, que hacen al Pelourinho tan característico.
En algún que otro momento sentí que caminaba con una bolsa entre las piernas, pero -fiel a mi promesa- me concentré en el recorrido y en gastar un paquete de pañuelos descartables secando el sudor que caía de mi cabeza cual catarata, dejando mis cabellos pegoteados debajo del sombrero de uso obligatorio para evitar que hirvieran mis pobres sesos.
Tras varias horas de caminata llegamos al elevador Lacerda, que después de ofrecernos una vista espectacular desde las alturas, descendía 72 metros hasta la parte baja de la ciudad, donde se encontraba el punto final de la excursión: el Mercado Modelo, antro de perdición para personas como yo, que adoran las artesanías.
En ese punto y escuchando las últimas explicaciones del guía relativas al punto de encuentro para partir, sentí que el asunto del short no daba para más. Así que decidí echar un vistazo y con horror descubrí que se me había cortado el elástico de la cintura!!!! El pantalón colgaba casi hasta las rodillas como el viejo calzón de la empleada pública de Gasalla, sólo sostenido en parte por la riñonera.
Había hecho todo el recorrido arrastrando ese triste trapo entre las piernas sin darme cuenta!!!! Seguramente había quedado también con media bombacha asomando a mis espaldas, pero decidí no imaginarlo para no sentir más vergüenza. Sólo esperaba que ninguno hubiera andado por ahí filmando y mi pobre trasero caído fuera a parar a Youtube.
Cuando fui al baño, me pude refrescar y acomodar la dichosa prenda, volví a ser persona, más allá de la pobre desgraciada  que había recorrido el Pelourinho con los calzones a la rastra.
Aún con el short colgando, la remera chorreando sudor y los cabellos empapados, disfruté mucho la historia de Salvador. ¡Un lugar digno de visitar!

miércoles, 2 de mayo de 2018

Diluvio en el morro



Creo que ya conté de sobra cuánto me aburren los días de playa.
Lo cierto es que durante mi estadía en Bahía, si bien disfruté unos días espléndidos en el mar, necesitaba algo más. Un traslado, algo nuevo, la adrenalina de un tour!!!!
Vi las distintas alternativas que ofrecía mi operador y terminé optando por un paseo por el Morro de Sao Paulo, un lugar absolutamente paradisíaco que parecía prometedor.
Cargué toneladas de protector solar, sombrero y ropa liviana pensando en que si el lugar era más caluroso que Salvador, mejor era prevenir que curar.
La mañana ya empezó torcida.
Como de costumbre (con mi obsesión por la puntualidad), bajé al lobby del hotel media hora antes. A las 7:30 tendrían que venir por mí para ir al puerto a tomar la primera embarcación.
Esperé, esperé y esperé y nadie apareció.
En un momento entró un moreno bajito que dijo algo y como mi oído tiene un problema muy particular con el portugués de Brasil, me acerqué para preguntar si era a mí a quien buscaba, pero me respondió que no. Su pasajero era un tal Francisco (o al menos eso entendí).
Pasaron los minutos y seguía estacionada la traffic en la puerta así que salí para verificar que ése no fuera el chofer que me esperaba; y al volver a entrar, la gente de la recepción me preguntó "¿habitación 213?". Respondí que sí.
El imbécil (por llamarlo cariñosamente) de mi chofer había entrado hacía más de 15 minutos y se había instalado a conversar con los empleados del hotel, por lo que nunca le di bolilla. En ningún momento me llamó por mi nombre o por el destino. Y no contento con su ineptitud, me maltrató delante de todos diciendo que era adentro donde debía esperar y no afuera.
De más estuvo tratar de explicar en español que yo estaba adentro y sólo había salido porque me preocupaba que no llegara. Ahora pienso que debí putearlo en español y tal vez entonces me habría comprendido.
Abrió bruscamente la puerta de la traffic y todos me miraron con cara de fastidio por "la impuntual" (ya ni me preocupé por dar explicaciones) y tras un portazo, partimos a una velocidad que me tuve que sostener en el asiento para no salir disparada!!!
Llegamos a tiempo al puerto y allí, tras una espera considerable, tomamos el "Angélica" rumbo a Itaparica, 40 minutos de travesía.
El viaje estuvo tranquilo, la embarcación muy confortable, con butacas individuales, todo muy limpio y agradable.
Llegamos al primer puerto y nos esperaba un bus. De ahí emprendimos el recorrido terrestre de una hora y media.
A medida que avanzábamos, unas nubes negras comenzaron a aparecer siguiendo el bus (como en el Espantomóvil de Los autos locos) 
Al arribar al segundo puerto y, mientras caminábamos por el muelle, comenzaron a caer las primeras gotas. Y entonces subimos a la lancha y un rayo cayó cual película de horror, anunciando lo que nos esperaba.
Esta embarcación ya no era tan segura, limpia ni grande. Era una lanchita precaria, con bancos de madera muy estrechos, que tembló cuando subió el malón.
Totalmente abierta, en algunas partes constaba de cortinas de nylon para cubrir las "ventanas". Por supuesto no en mi lugar. Y la verdad que se zarandeaba tanto ese espantomóvil que decidí no moverme. Era mejor mojarse a arriesgarme a quedar desparramada en el piso.
Y no andaba lenta, no no... alcanzó una velocidad que hasta vértigo me dio!!! Volaba sobre el agua acompañada de un ruido ensordecedor y salpicando agua por los costados.
Todos me miraban con ojos compasivos... pobrecita, se está mojando toda!! Porque no imaginaban lo que nos esperaba a la llegada!!!
Cuando arribamos al Morro, diluviaba!!!!! Paramos junto al muelle y todos nos preguntamos ¿tenemos que bajar? Pues sí, es acá y no hay tiempo para pensarlo.
Subimos las escaleras en medio de esa lluvia torrencial, esquivando los rayos y centellas, hasta poder guarecernos bajo un techito.
Por supuesto que poco servía como protección, ya que llovía de arriba hacia abajo, de los costados y brotaba agua de las maderas del muelle.
Sólo atiné a tomar la bolsa que había llevado para poner la malla mojada (qué graciosa, sólo la malla!!) y guardar allí mi cámara y celular, para al menos preservarlos del agua.
Y cuando ya no tenía más sentido esperar a que parara, el guía nos animó a avanzar.
Claro que no era llegar, caminar un poco e instalarnos en el restaurante que sería nuestra base. No, nada es tan fácil.
La entrada al morro era una rampa muy empinada, que hubiera hecho tranquila en condiciones normales, pero en ese momento además de estar en sandalias y sentir como los pies resbalaban en mi propio calzado, caía una catarata de agua por la pendiente, que amenazaba llevarte si no te sostenías bien. ¿De dónde? ¿De una baranda, tal vez? No, no había baranda, sólo podías confiar en tu propio equilibrio.
Cuando logramos llegar a la parte superior, el infierno no acabó. Seguirían una, dos, tres y más rampas como ésa.
El temporal no aflojaba y la escena parecía tomada de la película Tsunami, por el caudal de agua que se deslizaba por las rampas y la velocidad con que corría.
Un nene lloraba y le decía a la madre: "¡Quiero comprar un paraguas!".
Una vez que llegamos al restaurante, paró. ¡Por supuesto!
Estaba tan furiosa que creo que mi propia calentura podía llegar a secarme.
Entré al bar, pasé al baño. Era toda una sopa y apenas podía caminar con las sandalias empapadas.
Y como en todo inmundo lugar tropical, al rato salió el sol. Pero al menos se pudo disfrutar un poco de ese paraíso algo revuelto y secar los lienzos.
Por supuesto que para cuando todo se puso lindo había que regresar, aunque no me oponía a la moción.
Estaba más cansada que cuando camino 8 horas seguidas recorriendo alguna ciudad.
Volvimos al infierno en tres etapas: lanchita veloz, bus lento atestado de gente y última embarcación. Claro que a ésta llegamos de noche y en el último horario.
Ya no había butacas individuales sino bancas y toda la gente del mundo!!! Parecía un urbano en horario pico. La gente subía y subía y pasaba hacia atrás (supongo que habrán caído en un agujero negro porque nunca terminaba de llenarse)
Y cuando creía que no podía resistir nada más, vendedores ambulantes!!! A los gritos en portugués, vendiendo cargadores de celular y pendrives, entre otras mercancías. Mi corazón y mi humor no lo resistían más!!!!
Esa noche no salí a cenar afuera. Sólo quería silencio, o alguien que me hablara bajito... en lo posible en cualquier idioma excepto portugués!!