miércoles, 8 de noviembre de 2017

Perdidos en Ginebra



El título de este post puede hacer referencia a problemas etílicos, pero lo cierto es que si algo conservábamos en esta aventura era la sobriedad, así que -descartada la presencia de bebidas blancas en este relato- paso a contar.
Cuando llegamos a Ginebra, entramos en ómnibus a la ciudad. Así nos mostraron la estación de trenes, la Basílica de Notre Dame, el lago Lemán que cruzamos por el puente del Mont Blanc, el clásico reloj de flores... todo en medio de un día soleado, con cientos de personas en un clima festivo, ya que -según dijo la guía- teníamos suerte de llegar para las festividades de agosto, donde la ciudad se vestía de gala y había muchas celebraciones y ambiente que disfrutar.
Sin embargo, a medida que nos alejábamos del mundanal ruido, del lago y de la gente, nuestras caras iban cambiando, para enterarnos que nuestro hotel se encontraba en la francesa Annemase, a unos cuantos kilómetros de todo lo bello que habíamos visto.
Eso no hubiera sido una mala noticia, de no ser porque sólo teníamos una tarde en Ginebra y esa tarde era libre!!!
Muy suelta de cuerpo nuestra guía nos indicó que llegar al centro sería facilísimo, ya que había un bus que pasaba por la esquina de nuestro hotel y nos dejaba exactamente en la estación de trenes de Cornavin, muy cerca de la basílica y de todo aquello que queríamos ver más allá de la ventanilla de un ómnibus.
Confieso que la odié.
La entrada al hotel fue decepcionante. Parecía un local abandonado, sin un sólo mueble ni planta que ocupara el ambiente. Sólo un exhibidor con folletería y dos puertas metálicas de ascensores. La recepción estaba en el primer piso.
Debo confesar que fue la primera vez que me alojé en un establecimiento de ese tipo. Parecía más un hostel (y de los peorcitos), que un hotel con más estrellitas.
Al llegar al primer piso (en turnos, porque no todos podíamos subir juntos), el ambiente que nos esperaba arriba no era mucho más espacioso. 
Como era demasiado temprano aún para el check in, sólo nos indicaron dónde depositar nuestro equipaje y nos permitieron ir al baño, para dejarnos la famosa tarde libre.
Era más o menos la 1 de la tarde y estábamos algo famélicos.
Caminamos hasta la plaza principal de Annemase y almorzamos en uno de esos restaurantes típicos. Una hamburguesa, que -digamos- era la comida más conocida que tenía el menú.
Pasadas las 2 caminamos nuevamente para el hotel, deseando entrar a nuestras habitaciones y al menos usar nuestros propios toilettes, mas vimos el bus indicado llegar a la parada y, dado el poco tiempo del que disponíamos, lo tomamos sin dudar y sin detenernos en el hotel-hostel.
El viaje fue bastante largo para mi gusto (y de pie, porque venía atestado de gente),  pero todo iba bien hasta que en una parada nos detuvimos. 
No era la estación de trenes ni nada que se le parezca; y, pese a que no nos movimos de los asientos, de pronto el chofer nos "obligó" a bajar.
Descendimos confundidos. La mayoría hispano hablantes, que formábamos parte del mismo grupo y también una señora mayor que cargaba una valija, quien en peores condiciones que nosotros, hacía preguntas en francés que  ninguno de nosotros sabía responder.
Alguien comprendió al fin la cuestión y resultó ser que, a causa de las famosas festividades de agosto, nuestro bus sólo llegaba hasta esa parada, donde tendríamos que esperar otro bus que nos llevaría a la estación de Cornavin.
La pregunta del millón era por qué si el otro bus llegaba a Cornavin, no llegaba éste. Pero con los suizos mejor no discutir demasiado.
Allí quedamos varados, sin saber dónde cornos estábamos, hasta que muchos minutos más tarde llegó el nuevo bus.
Subimos ansiosos y obedientemente leímos los cartelitos de cada parada sin tener la más remota idea de dónde nos encontrábamos.
Cuando vimos anunciar la parada Cornavin, bajamos atolondrados.
Todo hubiera sido perfecto si no fuera que el bendito cartel anunciador estaba desincronizado!!!!
Ni ahí el lugar se acercaba a la estación de Cornavin.
Intenté preguntar en inglés a varias personas, pero después de varios intentos fallidos, decidí hacer caso a mi instinto y comenzar a caminar.
Así llegamos a la Basílica de Notre Dame. Y a partir de allí el camino a Mont Blanc era clarito.
La pregunta del millón era cómo regresar, pero por ahora no nos preocupaba. Había que disfrutar de la tarde... y rápido!! porque ya habíamos perdido más de una hora en el dichoso periplo.
Teníamos poco tiempo para recorrer, así que el paseo fue intensivo y agotador, ya que hacía un calor abrasador (lo que no sabía en ese momento era que tenía que aprovechar ese sol que no vería en la próxima semana en Suiza!!)
Ginebra era un mundo de gente y terminamos separándonos como grupo, para que cada cual pudiera hacer lo que quisiera en el poco tiempo que disponíamos.
Dejé para el final la compra del souvenir local (un imán para sumar a mi vasta colección), mas cuando acordé eran pasadas las 18 y TODOS los locales habían cerrado.
¿¿¿Cómo es posible que en pleno verano en una ciudad turística todo cierre a las 6 de la tarde???
Cansada, decepcionada y sin un puto recuerdo de la ciudad, caminé hacia la estación. No tenía sentido seguir dando vueltas en ese mundo de gente enloquecida.
En un bar vi a mis compañeras de viaje españolas y me senté a recuperar energías, mientras compartíamos nuestra decepción por esa tarde desperdiciada y perdida.
Tras una parada técnica en el toilette, partimos a Cornavin. Y allí todo fue más sencillo. Pudimos sacar nuestro ticket en el bus original (ya que el regreso sí corría) y, aunque los cartelitos seguían algo descoordinados, llegamos a destino.
Estaba aún a bordo del bus cuando advertí que había dejado mi campera impermeable en el bar!!!!
Volver era una locura y, francamente, en ese momento hubiera buscado un burro para que me diera patadas en el culo!! Pero gracias a la diligencia de mi guía (que calmó mi enojo con ella por la odisea en bus) y a que al día siguiente  por la mañana tendríamos el city tour por Ginebra, la pude recuperar (un verdadero milagro que no sucedería en Argentina, desde luego; y que fue fantástico porque después llovió tanto que fue la vestimenta que más usé)
Finalmente el hotel-hostel resultó ser muy cómodo y bien equipado. La habitación, un lujo!!, lo que (junto a la actitud de mi guía) confirmó que las primeras impresiones no siempre cuentan!!!!

lunes, 2 de octubre de 2017

Los euros voladores


Como viajera frecuente, tengo una y mil historias de aeropuertos. Especialmente de abusos, en los últimos tiempos.
El personal aeroportuario se ha vuelto cada vez más paranoico y, en medio de esa locura, pasan por alto cosas elementales por inclinarse hacia trivialidades.
No suelo viajar con mucho dinero en efectivo. Utilizo más las tarjetas.
Tal vez eso forme parte de un "síndrome kirchnerista" mal curado, de las épocas en que tanto nos costaba conseguir moneda extranjera. Lo cierto es que trato de preservar los billetes como el Tío Rico, cuando guardaba las moneditas abrazándolas en su regazo.
No sé por qué en este viaje llevé tanta cantidad de efectivo. Quizá fuera porque hice las valijas con tanto apuro que hasta me dio fiaca desarmar el sobre en que tenía guardados los euros, para tomar sólo una parte. Lo cierto es que llevé una cifra de 4 dígitos bastante considerable.
Siempre guardo el dinero en mi bolso de mano. Jamás en la valija que despacho. Así me aseguro que siempre el dinero permanezca junto a mí.
Pero en este viaje no contaba con las autoridades aeroportuarias suizas, que trastocarían mi ritual hasta dejarme al borde de la locura (bueno, confieso que también yo contribuí... bastante!!).
Previo al vuelo Zurich/Frankfurt me pasó algo en los controles que nunca había experimentado: me hicieron abrir la valija de mano!!!
Es decir, me la mostraron ya abierta y comenzaron a sacar todos y cada uno de los artículos que había adentro: medicamentos, souvenires, balancita de mano... hasta medias y calzones!!
Revisaron absolutamente todo. No había ningún artículo sospechoso, sólo lo sacaron para joder nomás.
Volví a ordenar mis pertenencias y volví a cerrarla. En ese momento ni se cruzó por mi cabeza que ahí estaba el sobre con los euros!!!
Al llegar a la puerta de salida, alguien de la aerolínea se acercó a mí y me dijo que tendría que despachar esa  valijita. 
Pregunté el porqué, ya que siempre viajo con ella, es de la medida reglamentaria y -a mitad del viaje- no estaba excedida de peso.
No me supieron explicar; sólo me dijeron que debía dejarla al lado de la puerta del avión y ellos se encargarían de depositarla con el resto del equipaje ya despachado.
Lo primero que hice fue rescatar la netbook... no iba a despachar la computadora con el equipaje de bodega!! Y entonces recordé los dichosos euros.
En medio del tumulto que esperaba para abordar y, como pude, haciendo equilibrio sobre una butaca, revolví la valija entera sin poder hallar el puto sobre.
Desesperada desparramé ropa sucia y demás objetos, sin lograr dar con los malditos euros.
Cuando comenzó el embarque, cerré la valija, le puse el candado y me encomendé a todos los santos.
Para entonces sólo pensaba que me los habían robado en el control, o que me los podrían robar al dejar mi valija en la bodega.
Fue el viaje de dos horas más largo de mi vida.
Creo que no respiré hasta llegar a mi habitación en el hotel alemán.
Entonces, con la santa paciencia, fui sacando todo y colocándolo sobre la cama, para comprobar... que el sobre no estaba!!!!!!!!!!!
Maldije a los empleados del control, a la aerolínea y a la honestidad suiza!!!! Pensar en las cuatro cifras perdidas y en lo que me había costado comprarlo me volvía loca!!!!!
Y peor aún...  cómo sobreviviría con los pocos euros en efectivo con los que contaba.
Grité, lloré y puteé hasta el cansancio.
Entonces me lavé la cara y me dije "el viaje debe continuar" y sólo tenía una tarde libre para recorrer Frankfurt. No iba a permitir que esto lo arruinara.
Una vez que me tranquilicé, me di una ducha y abrí la valija grande para ponerme ropa más fresca. 
Y allí, entre las decenas de folletos que traía de Suiza... estaba el sobre!!!!!!!!
Sentí que el alma me volvía al cuerpo y me arrepentí de tantas maldiciones que había echado.
Lloré una vez más agradecida de haber encontrado los euros que creía perdidos en vuelo y de rabia, por ser tan despistada, impetuosa y cabrona.
Llené de besos el sobre, lo guardé en la caja de seguridad y, con la cabeza despejada, pude perderme en las calles de Frankfurt y disfrutar el paseo por las aguas del Main.

domingo, 24 de septiembre de 2017

En todos lados se cuecen habas



Crecí escuchando acerca de la excelencia alemana, la puntualidad, la limpieza, la honestidad, la perfección... pero a poco de estar en Alemania y, previa visita a Suiza, me di cuenta que loa alemanes distan bastante de todas esas cualidades, o bien los han cambiado los años.
Después de una semana en Suiza, donde cada engranaje encaja de un modo perfecto con el otro y todo en conjunto funciona ininterrumpidamente sin errores ni contratiempos, llegar a Alemania fue prácticamente como volver a Argentina.
En realidad todo comenzó antes de mi estadía en Suiza, al poner mis pies en el aeropuerto de Frankfurt.
Se supone que las desprolijidades, demoras y chapucerías son derechos registrados argentinos, no alemanes. Que todo lo que me pasó en el viaje a Chile sólo puede ser posible con una aerolínea argentina, no con la snob Lufhtansa. Pero no, en todos lados se cuecen habas.
Llegué y consulté mi tarjeta de embarque: mi conexión salía de la puerta A-40.
Si bien tenía 7 horas entre un vuelo y otro, fui directamente a la puerta para quedarme tranquila, porque el aeropuerto de Frankfurt es monstruosamente grande.
Finalmente llegué y me instalé a leer, mientras esperaba.
Todo iba bien hasta que se acercó la hora de embarque.
Entonces nos notificaron de un cambio: el vuelo saldría de la A-37. Fuimos para allá y  me instalé a leer, cuando nuevamente anuncian un cambio: a la A-41.
Alli nos dirigimos, pero no llegamos ni a sentarnos cuando nos llaman a la 27!!
Como estaba lejos, ya comencé a correr para llegar a tiempo.
Después de tantos cambios, no me contenté con encontrarla, sino que pregunté a un empleado del mostrador si ésa era la salida para Zurich. Confirmó que sí. Y ahí me senté entonces tranquila, volví a sacar mi e-reader para leer.
Ni señales del abordaje. En cambio sí noté que la gente se movía inquieta... otra vez nos habían cambiado de puerta!!!! A la original A-40. Y esta vez ni siquiera se habían molestado en anunciarlo por los altavoces!!
Nuevamente a correr... y así llegamos todos a la puerta sólo para comprobar que en el camino nuevamente nos habían cambiado, a la A-36.
Y sí, fue la definitiva. Pero cuando atravesamos la puerta rumbo al avión, nos esperaba un bus, que por supuesto nos trasladó a otra puerta!!!!!!
Hubiera esperado eso en mi país, pero no en la perfecta Alemania!!!
Con una hora de atraso estábamos sentados en el avión cuando anunciaron una demora debido a que dos personas no se habían presentado y, por ende, había que bajar el equipaje del avión.
Oh, no!!, pensé... otro retraso!!!!
Miré por la ventanilla. Tres empleados se acercaron a la aeronave, de la que sacaron una cinta y acercaron un carrito.
Comenzaron a salir las valijas: una, dos, tres... diez!!!
Llenaron un carrito... y, después de unos 15 minutos, trajeron otro.
Yo pensaba: ¿cuánto equipaje tenía esta gente?
Lo cierto es que no estaban sacando el equipaje de los desertores, sino que tenían que encontrarlo!!!!!
De los tres empleados sólo uno retiraba los equipajes de la cinta, mientras los dos restantes (apoyados en el carrito) conversaban entre ellos, sonrientes, mirando al que trabajaba que, como no daba a basto tenía con frecuencia que detener la cinta, para poder bajar todo sin que cayera al suelo.
Uno trabaja, dos miran... ¿les suena, compatriotas?
Después de sacar todos los bolsos (o al menos un 80%) aparecieron las de los pasajeros que no habían subido al avión.
Entonces... a cargar nuevamente!!!!!!
¿Y creen que lo hicieron entre los tres?... no, no sean ilusos. Sólo cargaba bultos el mismo infeliz que había sacado el equipaje inicialmente.
Tras una hora de estar contemplando la perfección alemana en acción, el avión comenzó a moverse.
Llegamos tarde, malhumorados y cansados.
Yo llevaba más de 24 horas viajando, entre esperas, vuelos y demoras.
El fin de un mito... y el comienzo de un hermoso viaje!!!

lunes, 4 de septiembre de 2017

Buscando las huellas de mis antepasados



Soy una fanática confesa de la genealogía.
He pasado años revisando páginas de internet, documentación y encerrada en las bibliotecas de los mormones acumulando información.
Me interesa saber de dónde vengo, quiénes me precedieron y  conocer cuál fue su historia, que es también la mía.
Así, he reunido un buen cúmulo de información de mis antepasados italianos y suizos.
Desde el minuto uno en que organicé mi viaje a Suiza, tuve una sola idea en mente: visitar el pueblo donde vivió mi tatarabuelo. Aún cuando no tenía claro dónde quedaba exactamente ni cómo llegar, dejé un día libre en Zurich por si acaso reunía el coraje necesario para tomar un tren, dos o tres, para conocer el dichoso pueblo de Mettmenstetten, lugar donde se remontaba la historia de mis ancestros al menos hasta fines del siglo XVIII.
Era poco lo que había podido averiguar, sólo que estaba cerca de la ciudad de Zurich y que era un pueblo pequeño, que no llegaba a los cinco mil habitantes.
Apenas llegué a tierra suiza deslicé esos comentarios al chofer que me trasladó al hotel, un suizo simpático con el que hablaba un inglés clarito y que insistió en que fuera al pueblo, que no estaba demasiado lejos y no podía dejar de conocerlo.
Después de realizar todo el circuito suizo y visitar lugares de increíble belleza natural, siempre pasados por agua (ya que nos tocó una semana lluviosa como pocas!!), terminé nuevamente en Zurich en mi "deliberado día libre".
Hablo inglés, pero con limitaciones. Gracias a Dios contaba con una latinoamericana en recepción, con quien podría investigar la cuestión sin las barreras del idioma.
Consultó por internet y me dio toda la información. Mettmenstetten estaba a sólo media hora de viaje y los trenes salían cada media hora!! Más simple, imposible... si no fuera porque justo ese día Zurich se preparaba para el Street Parade... un festival de música electrónica!!!!!
Aproveché la mañana para pasear en una ciudad desierta, que recién se despertaba armando escenarios, tiendas, barcitos de comidas típicas... hasta uno argentino vi!!, ofreciendo empanadas y churros!!!!
Pasado el mediodía se terminó la paz y avanzó el malón. 
Qué fauna!!!!!!! No sólo eran jóvenes, sino gente aún mayor que yo, disfrazados grotescamente, con cabellos pintados, traseros al aire, disfraces de cualquier tipo, cargados de packs de cerveza y en la mayoría de los casos ya bastante cargaditos de alcohol (3/4 tanque lleno!!)
Mientras avanzaba hacia la Estación Central, venía una masa de gente en contra. Tuve la certeza de estar remando contra la corriente, literalmente.
Cuando la multitud me dejó llegar a la estación, la situación no cambió ahí. Millones de personas bajaban de los trenes, todos gritando alocados, con las caras y pelos pintados. Me daba la impresión de estar en medio de gente desquiciada y no tener escapatoria.
Y entonces a mi puto útero se le dio por hacer de las suyas y zas!!... una de mis tradicionales hemorragias. Pero qué oportuno!!!!!!!!!
Desesperada busqué un baño. Tuve que bajar al subsuelo para encontrarlo, mas no pude ocuparlo. La cola de gente era de unos 50 metros!!!!
En ese preciso momento me dije "qué cazzo estoy haciendo acá???" Ni siquiera sabía dónde sacar el pasaje.
No desistí y fui hasta la oficina de turismo. Allí me informaron dónde estaban las boleterías.
Para mi asombro, la cola era similar a la del baño. Y sólo había tres personas atendiendo... cualquier semejanza con mi país es mera coincidencia!!
Ahí nuevamente me volví a preguntar: "¿qué hago acá? ¿realmente vale la pena?" 
Pero mi curiosidad y perseverancia fueron más fuertes, así que esperé mi turno y saqué mi boleto.
En 10 minutos salía mi tren, del andén más distante que puedan imaginar.
Empecé a correr. Podría ir al baño ni bien llegara al vagón.
Me senté en un lugar tan privilegiado, frente a la pantalla donde se mostraban las distintas estaciones, que tuve temor de perder mi lugar por buscar el baño y no me moví del asiento.
Recorrimos varias estaciones. En cada una veía la ubicación de los baños y pensaba cómo me lanzaría al de Mettmenstetten apenas el tren se detuviera.
Pues cuando al fin llegamos, no había baño.
Es decir, si había no lo encontré. Y eso que busqué!!!
Así que con mi "problemita" a cuestas comencé a andar por esas calles desiertas.
Era domingo; si el pueblo era tranquilo, estaba más tranquilo aún.
Todo ordenado y cuidado, las calles, las casitas, las flores.
Me metí por callejuelas y atajos hasta llegar a un restaurante muy hermoso en una esquina. Supongo que se llamaba El caballito blanco o algo así, por el diseño que colgaba en el letrero de hierro. 
Estaba en una esquina, cerca de la iglesia, los balcones adornados con geranios rojos. Todo era soñado!!
Me senté en una mesa. El día era soleado (al fin!!) y no hacía frío ni calor.
Pedí un capuchino, que me sirvieron junto a una oblea de miel y, pasado un tiempo prudencial, fui al fin al baño!!!!!!!!
Adentro estaba repleto de gente!! Creo que todo el pueblo estaba allí. Recordé esa película en que pretendían engañar a un funcionario sobre la cantidad de habitantes del lugar y entonces se movían en masa de un bar al otro, para hacerle creer que eran más de los que allí vivían.
Todos me miraban con curiosidad.
Claro, debían conocerse todos y una turista que se presente con su cámara fotográfica en un lugar no turístico, sí que debía llamar la atención!!!
Entonces pedí la cuenta. Y allí advertí con horror que me había quedado sin francos suizos!!!!
Era mi último día en Suiza y decidí gastar todos los billetes que tuviera. No imaginé que me quedaban aún los gastos de Mettmenstetten. Ofrecí pagar en euros (algo habitual; los aceptaban y te daban el vuelto en francos) y no aceptaron. Pretendí usar tarjetas de crédito y también las rechazaron.
Pensaba en la eterna broma de mi hermano, que decía que el tatarabuelo Jakob se había ido del pueblo por tener deudas y yo, su descendiente, repetiría la historia tantos años después!!
Cuando ya desesperada iba a ofrecer lavar platos, volqué sobre la mesa las monedas y logré reunir los 4,50 francos, más la propina.
La "mettmenstetiana" me hizo cara de pocos amigos, juntó las monedas y se retiró.
Entonces seguí mi recorrido.
No puedo explicar la emoción que fue encontrarme allí, pensar que mis antecesores habían recorrido alguna vez esos sitios, tal vez habían trabajado esas tierras, plantado algún árbol que aún estaba...
Pueden llamarme romántica, pero quise llevar un puñado de esa tierra, la que alguna vez había formado parte de la vida de mi familia. Pero tenía que hacerlo disimuladamente porque ya era extraña por ir con una cámara, casi había quedado debiendo en un bar... sólo faltaba que me acusaran de robarles tierra!!!!
Me agaché simulando atarme los cordones y creo que en ese momento salieron todos los habitantes a la calle. En una ciudad casi desierta no lograba tener un minuto de soledad para obtener lo que quería.
Tras unas diez agachadas, logré mi cometido. Y orgullosa metí mis tesoros en el bolso: algo de tierra, una piedrita y un pedazo de corteza de árbol.
Me preguntaba si el cementerio estaría cerca. Los padres y hermanos de mi tatarabuelo estaban enterrados allí, conocía sus nombres. Y si tan sólo pudiera encontrar sus tumbas...
Caminé, caminé, hasta que ¡oh sorpresa!... apareció el cementerio!!!!!!
Había dos mujeres adentro, así que supuse que se podía pasar; mas la puerta estaba trabada. Di vueltas por todo el perímetro sin encontrar otra entrada. Tal vez ellas tenían llave.
Entonces encontré un sitio donde había una pila de ladrillos y un espacio entre éstos y la pared, por donde podría pasar.
Continuando con mi raid delictivo, me hice chiquita y entré. 
Las señoras me vieron salir de la nada pero no se asombraron, sino que me saludaron cortesmente.
Recorrí cada una de las lápidas del cementerio y, si bien encontré varias con el apellido de mis ancestros, ninguna era tan antigua. La más vieja databa de fines del siglo XIX.
En eso veo que una familia entra por la puerta que creí cerrada!!! No estaba trabada, sino que sólo lo parecía. Me reí de todos los malabares que había hecho para ingresar, cuando el acceso no estaba restringido.
Seguí recorriendo el pueblo y crucé a mucha gente con criaturas chicas. En ninguna otra ciudad europea había visto tantos chicos juntos!!
Todos me saludaban... o al menos eso creí cuando decían algo impronunciable acompañado de una sonrisa.
Dado que era domingo no pude hacer ninguna averiguación en el Ayuntamiento ni en la Iglesia, que estaba en refacciones. Pero volveré!!!
Tomé el tren que (obviamente) llegó con puntualidad y abandoné Mettmenstetten como mi tatarabuelo tantos años atrás, pero tal vez con menos incertidumbre que él, y con la satisfacción de haber cumplido con un pendiente en mi historia.
Como dije, regresaré...

lunes, 28 de agosto de 2017

Patético fin de una fan



Mi fanatismo por la orquesta de André Rieu no es novedad. Lo he seguido por el mundo y no ha sido muy simple, por cierto, pero nunca antes había llegado al punto de saturación al que llegué con el último concierto en la vecina Chile.
Después de casi un año de planificación, organización, bastante inversión monetaria y mis ilusiones puestas en ese espectáculo, todo se descarriló y tomo un rumbo no deseado, que me hizo llegar a la conclusión de que estoy grande para ciertos trotes y hay cosas en las que debo ceder ante la naturaleza y desistir porque por más que me empecine, tienen vida propia.
Este viaje, aunque bien concebido, estuvo mal parido desde el minuto uno en que se desarrolló.
Para comenzar, la logística del traslado aéreo hasta Santiago de Chile dejaba mucho que desear, pero disponía entonces (hace un año) de pocas alternativas viables. Saldría desde mi ciudad de Santa Fe en vuelo hacia Aeroparque en Buenos Aires y de allí, a Santiago; para regresar nuevamente a Aeroparque y de ahí a Rosario.
O sea que también tendría que contratar un medio de transporte hacia los aeropuertos, ya que no podía dejar mi auto en un sitio saliendo de un lado y regresando a otro. 
Pero al menos volando desde mi ciudad, tomar un taxi sería fácil... eso pensé!! hasta que unos meses atrás se anunció la reestructuración del aeropuerto y desviaron todos los vuelos a la ciudad de Paraná.
Un contratiempo, sí, pero no imposible de arreglar. Sólo estoy a 30 km. de Paraná. Sería fácil llegar allí también.
En medio de estos planes surgieron mis vacaciones de invierno. El viaje ya estaba decidido; la fecha no. Y, por razones laborales, había sólo una opción aprovechando un feriado: programar el viaje para llegar en el feriado del 21 de agosto.
Todo muy lindo, hasta advertir que el vuelo para el concierto era... el día 25!!!!!!!!... en la misma semana!! Ni alcanzaría a recuperarme del jet lag, que ya estaría viajando nuevamente!!!
Pero bueno, pensé, soy "joven" (al menos traté de convencerme de ello) y puedo hacerlo. Y seguí adelante con mis planes.
En medio de mis vacaciones mi perra Mora, mi hija del corazón, enfermó.
Fueron momentos terribles, que opacaron un poco las maravillas que estaba visitando y sólo una idea cruzó por mi cabeza: suspendo el viaje a Chile. Si ella no está bien, no voy a ningún lado.
Hubo interconsultas, mucha gente maravillosa con la que estaré eternamente agradecida por su forma de atender a mi gordita, movidas y tratamientos, hasta que su mejoría y los consejos médicos me convencieron de que podía ausentarme unos días más.
Bien, otra vez en carrera!!
El día del viaje amaneció gris y encapotado. Ninguna tormenta importante, pero una llovizna molesta.
El remís llegó diez minutos antes de lo previsto, todo marchaba sobre ruedas.
En 15 minutos creo que estuvimos en Paraná; los restantes 45 lo pasamos buscando el aeropuerto!!
Qué ciudad tan mal señalizada!!!! No había más que uno o dos carteles pequeños, algunos equivocados, preguntamos a tres o cuatro personas antes de poder encontrar el rumbo, pero llegamos.
Creí ser la primera en el aeropuerto (me sentí como los protagonistas de esa película islandesa, cuando se despiertan y no encuentran más un ser humano en la ciudad), hasta que fui al baño y encontré a otra mujer. Éramos dos!!
Pronto se fue llenando la sala de espera y demoraron en abrir el despacho de equipaje. Allí fui informada que el vuelo estaba demorado una hora por razones climáticas. Entonces el sol asomaba en Paraná y pensé que también así sería en Buenos Aires (desde donde tenía que llegar el avión para cargarnos a todos hacia allá nuevamente)
La demora fue más demorada y cuando acordamos habían transcurrido dos horas sin noticias.
Mi problema era la conexión a Santiago!!! Si no llegaba antes de que cerrara el embarque, podía olvidarme del viaje. 
Siempre pensé que la empresa debía garantizar la conexión en esos casos. Ahora descubrí que no.
Con los nervios a flor de piel y controlando a cada momento el celular para ver si al fin había salido el avión desde Aeroparque, encontré a otro pobre infeliz como yo, que tampoco sabía si llegaría al vuelo de Santiago, pero con una diferencia importante en relación a mí: él no había despachado equipaje.
Finalmente me comunicaron que cancelarían mi vuelo y me reservarían asiento en el de las 16:10... eso implica que llegaría a las 18:30 a Santiago!!!!!!!!!!!!! A las 20 tenía que estar en el concierto para retirar mi entrada!!!!!!!!!
Entré en pánico y lo último que hice antes de colocar el celular en modo avión fue enviar un whatsapp al taxista (conocido por una amiga en común) para buscar una opción al antes arreglado traslado aeropuerto/hotel, que ya no era viable.
Llegamos poco antes de la 1. Pensé que hubiera podido alcanzar el vuelo de las 13:25, pero no tenía mi equipaje, así que me resigné a esperar.
Grande fue mi sorpresa cuando comprobé que efectivamente lo hubiera alcanzado, ya que también demoró una hora en despegar!!!!!! Mascullando mi rabia, hice mis trámites y esperé el de las 16:10.
El taxista chileno respondió y la respuesta no era muy alentadora. La única opción que tenía era la de llegar, ir directamente al concierto y que él llevara mi valija al hotel.
El hecho de pensar en que no podría bañarme, ni cambiarme de ropa, me provocaba una ira incontrolable. Había elegido tanto la ropa que usaría, llevado maquillaje, mi banderita, la bufanda de André... y nada de eso sería posible!! Ni siquiera ponerme un poco de perfume!!!!!!!!
Pero era la única forma de llegar. Y acepté; no por poco dinero precisamente...
El avión despegó más tarde (una obviedad decirlo, hablando de Aerolíneas Argentinas) y llegué casi a las 7!!!!!!!
Pasé a migraciones.
Yo pensé que mi país era un desastre hasta que vi Chile. Éramos unas 400 personas (siendo generosa) y sólo dos personas atendiendo!!!!!!!! Pensé que en ese preciso instante me iba a dar un ataque y quedaría seca en el piso. Juro que sentía que me iba a desmayar... del odio!!! Pero sobreviví y lo pasé.
De allí me tiré en la oficina de cambios para hacerme de pesos chilenos, fui al baño y retiré mi valija.
Cuando salí, el taxista me esperaba y ahí comencé a correr.
No puedo describir lo que era el tráfico en Santiago a esa hora... caótico!!
Comenzamos respetando límites de velocidad, pasos de buses, etc., hasta que le contagié mi ansiedad y empezamos a delinquir, doblando en lugares prohibidos, avanzando a todo trapo, hasta estar frente al estadio donde se llevaría a cabo el concierto. Eran ya las 8 y 20.
El lugar estaba atestado de gente. Intentamos una entrada y la otra; no nos dejaban estacionar en ninguna. Hasta que bajé al otro lado de la avenida y crucé hacia la entrada principal.
Cuando intenté pasar, me dicen "¿su entrada?" Expliqué que la había comprado por internet y tenía que retirarla allí.
Entonces alegremente me dijeron que no era por esa entrada sino por la otra. Y cuando me explicaron dónde era, el alma me cayó a los pies.
Creo que hice unas 20 cuadras para llegar. 
Atravesé todo un camino de tierra hasta la entrada y luego un parque enorme oscuro, donde metí las patas varias veces en el barro. Corrí más que Forrest Gump!!! Él tenía aparatos; yo, fascitis plantar. 
Traté de olvidar el dolor y seguir sin mirar atrás.
Cuando llegué a la taquilla, no podía respirar. Mi pelo chorreaba transpiración y temblaba sólo de rabia, porque tenía tanto calor en esa noche tan fría, que con gusto hubiera tirado toda mi ropa al diablo!!
Y finalmente, rozando las 20:45, entré.
Estaba agotada, sedienta, tenía ganas de ir al baño, y no dejaba de preguntarme "¿qué diablos hago acá? Tendría que estar con Mora!!"
Mientras caminaba hacia mi asiento sólo me juraba: "es la última vez que hago esto. NUNCA MÁS".
Junto a mí se sentó una de las personas tan maravillosas que conocí en Chile 2013, mi primer e inolvidable concierto de André Rieu, y me alegré mucho de verla, al mismo tiempo que me avergonzaba de mi aspecto. Todas las mujeres estaban maquilladas, bien vestidas, con tacos altos, bien peinadas. Yo era la Cenicienta de las fans, empapada, a cara lavada y con las botamangas del pantalón llenas de barro.
Me gustó el concierto, pero no sé si fue mi cansancio o la bronca, que me impidieron disfrutarlo como otros anteriores. Vi imperfecciones que nunca había notado en los demás espectáculos. Esa noche todo me caía mal.
A la salida, en medio de 20000 personas desparramadas, encontré a mi taxista y me llevó al hotel. Sentí que todo volvía a la normalidad.
Me registré y pregunté por room service. No comía nada decente desde el almuerzo y ya era casi la 1 de la mañana. 
Me respondió con cortesía que el restaurante ya estaba cerrado, pero en la avenida podía encontrar muchos lugares donde comer. 
Dejé mis bártulos, fui al baño y salí antes de que mi cuerpo se rindiera a dar un paso más.
Caminé cuadras hacia un lado, hacia el otro... todo estaba cerrado. Hasta en un bar, que estaba abierto y con gente, me dijeron que ya cerraban.
Con mucha rabia regresé al hotel y pensé "si hago cara de Bambi después de la muerte de la madre, tal vez se apiaden de mí y me tiren aunque sea un cacho de pan". Así lo hice, y el empleado amablemente me sonrió, como diciendo "jodete".
A lo único que atiné es a preguntar si el agua del grifo era potable, porque moría de sed!!!
Y cuando llegué, vi un armario debajo de la tele... minibar!!!!!!!! Ataqué una latita de papas fritas y tras un baño, y un litro de agua de grifo intercalada por un clonazepam, me dormí al fin.
Lo que no sabía es que los contratiempos de ese viaje no terminarían ahí... todavía me esperaba el regreso!!!!!!

sábado, 5 de agosto de 2017

Nunca hubiera podido ser mochilera



Definitivamente no hubiera servido para mochilera.
¿Vieron esa gente que viaja con dos calzones y un par de medias en la mochila, nunca hace reservas y duerme adonde la sorprende la noche? Pues bien, yo soy exactamente lo opuesto!!!
Yo necesito un buen hotel, cama confortable, baño sólo para mí y una agenda más o menos organizada de lo que pienso hacer.
Me encanta viajar, es parte de mi naturaleza. Pero previamente tengo que tener todo fríamente calculado. Y, nobleza obliga, debo reconocer que cada vez me cuesta más relajarme en la previa de un viaje.
Es innegable que me suelen pasar  muchas cosas imprevisibles y loquísimas antes de un viaje, pero la mitad de ellas sólo habitan mi cabeza. Y como bien saben, ese hábitat es un caldo de cultivo!!!
Pensé cuál podría ser la razón que me altere tanto, porque soy organizada, previsora… creo que lo soy desde que tenía   9 años y viajaba con el coro de niños!!! Debo haber sido yo y no mi madre quien controlaba que todo estuviera en orden. Y aún así, hay cosas que se me escapan… como corresponde. Si fuera perfecta, sería una Diosa y no un ser humano!!!
Creo que una de las razones puede ser  la vejez (me estoy haciendo grande: de tamaño también, pero eso es harina de otro costal). La otra razón tal vez sea… vejez!!!!!!!
Con la salvedad de algunos casos crónicos de TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), los jóvenes son despreocupados, no se alteran así nomás, dejan todo más librado al azar.
En este viaje me atacó una histeria inexplicable. ¿Qué podía fallar? Si todo estaba organizado desde tanto tiempo antes. Pero la vida es impredecible y las cosas suceden.
El jueves, mi último día de trabajo, se me ocurrió echar un vistazo a mis pasajes de avión. Todo bien, las fechas, etc., excepto un detalle: había un vuelo de una hora que salía a las 11 AM y llegaba a las PM!!!!!! ¿Cuál dato estaba equivocado? ¿La partida o el regreso?
Sin meditarlo demasiado, llamé a mi víctima (mi pobre agente de viajes) a fin de consultar la incógnita.
Con la santa paciencia me indicó que después del mediodía era PM (como las iniciales lo dicen) así que si llegaba pasadas las 12, ya era PM aunque fuera un vuelo de una hora y piquito.
Me sentí la más idiota de las imbéciles y pedí disculpas por ser tan atropellada.
El segundo ataque de pánico del jueves llegó al llevar a Mora a la guardería. Cuando llegué a la casa nadie atendía la puerta, ni el celular, ni el teléfono fijo!!!! Al borde de un ataque de nervios, mi cabeza ya pensaba qué haría con mi pobre perra, que ladraba enloquecida sobre el auto queriendo bajar. ¿Y si había sucedido un imprevisto? ¿Si ya no podía quedarse allí? Un manojo de posibilidades desfilaron por mi loca cabeza, hasta que en el llamado 2738728 una voz somnolienta atendió el teléfono. A la dueña de la guardería se le había olvidado que ése era el día que llevaba a Mora y estaba durmiendo la sagrada siesta litoraleña!!
Sentí que el alma regresaba a mi cuerpo.
La tercera ya fue arribando a Rosario. Llamó puntualmente la gente del traslado a Ezeiza, verificando datos. Confirmaron el nombre del hotel y acto seguido me dicen 10-46. Por más cálculos que hacía, teniendo presente que las traffics siempre salen 8 horas antes del vuelo, no me cerraban los números. Y ahí, cual psicótica pregunto “¿Cómo 10:46?... ¿no es muy tarde?”
Silencio del otro lado… al rato, el sujeto en cuestión, muy intrigado pregunta: “¿Cómo puede decir que es tarde si todavía no le di el horario?” Sí, 1046 era la altura de la calle!!!! Que casualmente se llama igual que el hotel y por eso no la relacioné con el dato que me había dado antes.
Pedí disculpas hasta en japonés y el tipo se limitó a sonreír… hablará con tanta loca!!
Finalmente, en mi cómoda habitación de hotel, desarmé algunas cosas que tendría que llevar en la valija grande (que terminó con 19 kgs) y otras que llevaría a mano, para advertir con horror… que no me alcanzarían las pastillas ginecológicas para todo el viaje!!!!!!!!
No podía ser tan descuidada y haber contado mal.
Tengo hemorragias a causa de tres adorables miomas y por el momento no puedo cortar este tratamiento. ¿Cómo pude haber hecho mal la cuenta de las pastillas que necesitaría?
Comencé a buscar farmacias cercanas por internet y a llamar por teléfono. Todas coincidieron: sólo las traían por encargue. Sí, vieron que ahora ya las farmacias no tienen más stock, sacando aspirinas y pastillas de carbón, todo lo tienen que pedir a droguería. Además, éstas provienen de Mónaco... monegascas!! Ni imaginaba que tenían industria farmacológica!!
Cuando iba por la 5ta. farmacia, desistí. Y, como siempre decía mi mamá, puse el corazón en paz. Ya vería cómo me las arreglaría para tener al menos media dosis diaria.
Me relajé y puse la novela en la compu… no andaba!! Así que la vi por el celular.
Como olvidé activar el wi fi, gasté todos los Gb disponibles del mes que había comenzado  4 días atrás.
Conclusión: sí, estoy vieja. Y agradezco a Dios estar sola y no tener un marido o hijos a quienes torturar.
Un nuevo viaje comienza y, con él, una nueva aventura que quién sabe qué locuras deparará.

Ahora, a disfrutar!!!!!

viernes, 28 de julio de 2017

El equipaje inútil de todos los viajes



A escasos 6 días de partir hacia mi próximo destino, con el caos de los últimos días ultimando detalles, arreglando pendientes y ubicando a todos los seres vivos que conviven conmigo (léase hija/perra y plantas), viene el planteo de cada partida: ¿¿¿Qué incluir en los odiosos 23 kgs. permitidos del transporte aéreo???
Sabido es que no soy minimalista. Tiendo siempre a acumular cosas y a llevar por si acaso y por si las moscas y por si sucede un imprevisto...
Es verdad que soy talle 5XL y si algo me llegara a faltar (a menos que estuviera en los Estados Unidos), me resultaría muy difícil reponerlo.
Y así voy sumando más y más equipaje: por si hace frío, por si hace calor, por si se me rompen las zapatillas... eso, si de vestimenta hablamos. Pero también están los demás accesorios no menos importantes: medicamentos (¿y si me engripo? ¿si me agarra diarrea? ¿si me ataca el ciático?... cosas en que evidentemente no pensaba a los 20 años), cremas, protectores solares, toallitas íntimas, etc. etc.
En el último viaje, en que me excedí todo lo que pude porque era la primera vez que viajaba al exterior en business y no quería desperdiciar los gloriosos 69 kgs. permitidos, me di cuenta de cuántas cosas inútiles podía llegar a cargar en nombre de los imprevistos, o de situaciones imaginables pero difíciles de hacer realidad en un tour.
Así, hice una pequeña lista de "prescindibles", que de ahora en adelante pienso descartar. A saber:
1. Maquillaje: base cremosa, rubor, sombras y varios labiales. ¿Para qué?... sólo los dos primeros días podía llegar a poner algo de color en mi cara. A medida que avanza cada tour, por madrugones, cuestiones de tiempo o simplemente cansancio, apenas si me lavaba la cara.
2. Cremas para el pelo: totalmente innecesarias. Mi pelo con agua de otro sitio es absolutamente ingobernable, así le coloque 10 cremas de peinar, me pase la planchita o me haga brushing. Encima si me calzaba el sombrero, mi cabeza quedaba hecha un masacote pegajoso aplastado que no convenía dejar al descubierto.
3. Ropa "para salir": ¿qué sentido llevar ropa más paqueta si llegaba al final del día y sólo quería meterme a la ducha para ponerme el camisón y zambullirme en la cama? He pedido servicio de habitación a la noche por la pereza de tener que vestirme y volver a bajar, tras un día de tour intenso.
4. Zapatos de taco: en realidad éste tendría que ser el primer ítem. ¿Qué ganas pueden quedarme al final del día de calzarme tacos? Cuando los pies laten y lo único reparador es encremarlos y ponerlos en alto, lo último que haría es calzarme para salir. Uniforme oficial de turista: zapatillas y zapatos con suela de goma. Y a quien no le gusta que no mire... total, no me conoce nadie.
5. Bijouterie: en cada viaje he llevado collares, aros, anillos (pulseras no, sólo porque no uso). Está bien que no pesan tanto, pero son otra de las cosas absolutamente prescindibles. Durante el día no voy a ponerme aritos colgantes para hacer caminatas y paseos; y llegada la noche puedo asegurar que hasta me daba pereza desenroscar las tuerquitas para cambiarme los aros!!
6. Toallitas de mano: son útiles, pero en su justa medida. Yo suelo llevarme unas 10 toallas de mano!!! Como si fuera a secarme completa cada día de estadía!!
7. Artículos de perfumería: está bien llevar tu shampoo, tu perfume y alguna cremita, pero no todo el botiquín!! Por no hablar de las toallitas íntimas. He llevado hasta 3 paquetes de 30 en viajes de 15 días!! Todo bien, pero no exageremos...
Esta lista es sólo ejemplificativa. Estoy segura de que incluyo muchas cosas inútiles más que después olvido que estaban boyando en mi valija, hasta el último día, cuando vacío todo y encuentro cosas que creía no haber llevado y sin las cuales pude sobrevivir perfectamente.
Y mejor ni hablar de lo que traigo!!!! Bueno, tras mucha terapia decidí abandonar mi colección de artículos afanados de hoteles (léase jaboncitos, champucitos, cremas, lapiceras, etc.) y acotar mi acopio de esferas de nieve a una por país (en lugar de una por ciudad), pero soy una bestia acumuladora, así que regreso de cada viaje con una inmensa cantidad de folletería, tickets, recuerdos, servilletitas, posavasos y una amplia variedad de boludeces escritas en otro idioma que no puedo resistir (y después las clasifico y ordeno por viaje!!... sí, una absoluta demente. Lo acepto)
En fin, en este viaje me propuse ser minimalista. Serán sólo 16 días pero en dos semanas puedo llegar a acumular lo que a otro le lleva más de un año.
Tengo el firme propósito de no acopiar boludeces. Después les contaré cómo me fue...

lunes, 26 de junio de 2017

Paseo en dromedario: una experiencia única e irrepetible!!



Puede parecer ingenuo o descolgado de la realidad, pero en lo último que hubiera pensado al visitar el desierto del Sahara era en un paseo en dromedario.
El paquete turístico ofrecía una excursión en vehículos 4x4 por las dunas y eso ya de por sí me parecía fascinante. Cuando consultaron quiénes agregarían aquel animalito a sus vidas, quedé muda. Realmente no lo había previsto.
Estoy un poco (bastante) excedida de peso y siempre evité todo lo relacionado a animales de tiro porque me parecía una crueldad que tuvieran que arrastrar mis kilos de humanidad por ahí.
Así me quedé con las ganas de pasear en carruaje en Viena y no me anoté en el paseo en calesa en Marrakech sino hasta verificar que eran dos los caballos que tiraban del carro.
En verdad nunca había visto un dromedario (ni un camello) en vivo y no imaginaba lo grandes que eran, lo que no dejaba de apenarme por el peso que debían cargar.
Así, me cercioré muy bien con el coordinador del viaje antes de depositar mis carnes sobre el pobre animal. 
Les pareció absurdo e irracional mi temor. Respondieron contándome la enorme cantidad de kilos que este pobre animal suele cargar durante días a través del desierto.
Y así acepté.
Claro que hasta no comenzar esta aventura no imaginaba que la cuestión de peso era sólo un detalle menor!!!!
Comenzamos la travesía con una divertida reunión en el lobby del hotel, donde los maravillosos bereberes que nos conducirían al desierto jugaron con nuestras cabezas haciéndonos originales y coloridos turbantes con los pañuelos y pashminas que habíamos comprado por docenas días atrás.
Después de innumerables fotos y muchas risas por nuestro aspecto de beduinas truchas, partimos a bordo de una moderna camioneta.
Pronto dejamos la ruta para adentrarnos en la aridez del desierto.
La primera parada fue en el asentamiento de una familia nómade. 
Fue sumamente interesante conocer acerca de las costumbres, de cómo se las arreglaban para enfrentarse a las necesidades cotidianas en un medio tan hostil. Todo mientras (como buena burguesa acostumbrada a las comodidades occidentales) repetía en mi interior: "ni ebria ni dormida viviría esta vida".
Abordamos nuevamente las camionetas y a toda velocidad atravesamos el desierto. 
Me preguntaba cómo hacían para ubicarse, en medio de ese mar de arena, sin ninguna referencia, ni un camino, un árbol, una señal.
Entonces llegamos al lugar de partida de la expedición.
Los camellos estaban atados en filas de 5 o 6, echados en la arena.
Cuando los vi, tan grandes, tan altos y con sus monturas cuadradas sobre las jorobas, entré en pánico.
Ya no se trataba de si soportaban o no mi peso, sino de cómo subiría y bajaría del animal.
Fui colocándome atrás y atrás de la cola hasta que no me quedó otro remedio que subir.
Afortunadamente tengo piernas largas y no tuve inconveniente en levantar mi pierna, pasarla al otro lado y sentarme en la montura. Pero cuando el bicho se levantó fue traumático!!!!!
Primero levantó las patas traseras, por lo que sentí que me iba de trompa al piso, para luego levantar las delanteras y ahí quedé como a dos metros del suelo ante mi grito ahogado: "Ay, Dios mío, me quiero bajar!!!"
Por supuesto que nadie me bajó y el terror se apoderó de todo mi cuerpo.
Subieron las personas que faltaban detrás de mí y partió la caravana.
Ahí el pánico fue mayor.
Yo, que iba a tomar miles de fotos y hacer videos de la travesía, no podía hacer más que aferrarme firmemente de una manija de metal para evitar rodar por el suelo. Una caída desde esa altura hubiera sido fatal.
Todo se movía demasiado y era difícil mantener el equilibrio.
En ocasiones nos detaníamos y la cabeza del dromedario de atrás se acercaba a mi brazo llenándome de una baba espesa y viscosa.
Pronto me di cuenta que debía sentarme más atrás para conservar la postura y ahí pude tener más confianza en soltar una mano y hacer algunas fotos.
Miraba las dunas a lo lejos y me preguntaba si iríamos hasta allá y si acaso bajaríamos y volveríamos a subir, lo que me aterrorizaba!!!! En tal caso, creo que hubiera elegido regresar a pie.
Finalmente me acomodé y lo disfruté (eso fue casi al final del paseo!!)
Muchos no podían encontrar el equilibrio y viajaban torcidos. Otros, como un adolescente que formaba parte del grupo, se inclinaban a propósito porque decían tener sus "paquetitos" apretados!!! (Efectivamente, otro capítulo serían los dolores de asentaderas post paseíto!!)
Por más eterno que parezca todo, llega a su final y ahí nuevamente el pánico se apoderó de mí al pensar en cómo iba a bajar de la bestia.
Quedé en bajada cuando comenzaron a bajar las personas que tenía delante en mi hilera.
Yo (pobre ilusa) pensé que me correrían de ese incómodo lugar antes de descender, mas no. Así como estaba, inclinada, le hicieron doblar las patas delanteras al animalito y luego las traseras. Ahí sí sentí que iba a caer de cabeza!!!!!! Pero por fortuna no hice papelones y pude bajar dignamente.
Quedé como un cowboy de piernas abiertas en forma de herradura por un largo rato hasta que recuperé la compostura (y el aliento!!)
Ya atardecía y el espectáculo de la caída del sol en las dunas era inigualable!!!!
Nuevamente subimos a los vehículos y nos transportaron a una carpa donde cenamos comida tradicional, mientras escuchábamos música berebere.
Más tarde, con un frío que calaba los huesos, nos llevaron afuera a ver las estrellas, mientras con un puntero láser nos explicaban las constelaciones.
Nunca tuve tanto frío en mi vida, pero sí que valió la pena!!!!
Así emprendimos el regreso, mientras asomaba una luna llena que brillaba más en medio de tanta oscuridad.
Y entonces, en medio de ese paisaje tan agreste y extraño para esta turista de las pampas, comenzó a sonar en la 4x4 música de Rodrigo... cuarteto cordobés en medio del Sahara!!!!!! Todo era tan surrealista como haber estado paseando sobre un dromedario a través de las dunas.
Entre risas regresamos al hotel. 
Una experiencia única y (tal vez) irrepetible, pero que me llena de gozo haber podido llevar a cabo, reforzando una vez más mi filosofía de vida de que prefiero arrepentirme de lo que hice que de lo que no me animé a hacer.

lunes, 24 de abril de 2017

La medina... una experiencia religiosa!!!



Para una viajera habitué de "países occidentales" como yo, como ya relaté, los contrastes con Marruecos podían llegar a ser muy violentos.
Gracias a Dios, a Alá, o a San Europamundo, nuestro itinerario estaba diagramado de modo tal que comenzáramos por las ciudades más "occidentalizadas" como Tanger, Rabat o Marrakech, para luego internarnos en la cordillera del Atlas, el desierto y terminar en Fez. Caso contrario, creo que el choque de culturas hubiera sido mucho más agresivo y no hubiera alcanzado a disfrutar de ese exótico país tanto como disfruté.
Hubo muchas experiencias inolvidables, como caminar dentro de una kazbah, construcción típica marroquí que, como fortificación, permitía a las personas defenderse de intrusos y de ataques. Allí parece que el tiempo se hubiera detenido y comenzáramos a ser protagonistas de ese modo de vida tan distinto al nuestro y esas costumbres que aún perduran entre quienes las habitan.
Pero sin duda alguna, LA EXPERIENCIA superior en Marruecos es recorrer la medina.
Hasta el momento mi única idea de la medina eran esas callecitas por las que se escurrían Jade y Lucas (protagonistas de la novela "El clon") para amarse secretamente.
Pero la medina es mucho más. Algo indescriptible a través de la escritura o de las imágenes. Algo que sólo se puede comprender percibiéndolo a través de todos los sentidos. Porque la medina es un manojo de sensaciones, de olores, de sabores, de colores.
Apenas llegamos nos adelantaron que debíamos permanecer juntos, no por el peligro sino porque es muy fácil perderse en ese laberinto de callecitas, algunas techadas, otras por donde se atrevían a entrar algunos rayos de sol, unas más anchas, otras tan estrechas que había que caminar contra la pared para poder pasar.
Y todo eso en una senda peatonal, sólo alterada por el paso de burros o motonetas (únicos medios de transporte que pueden ingresar)
Dividieron nuestro numeroso contingente en dos y nos presentaron a dos guías por cada grupo: uno iría por delante y el otro cerrando, atrás, para evitar que nos dispersáramos y perdiéramos el rumbo.
Me asustó un poco esa idea, pero nuestra capacidad de asombro se veía superada a cada paso que hacíamos, de modo que la curiosidad vencía al miedo y nos dejábamos embriagar por esa confluencia de personajes ariscos, con vendedores insistentes; aromas a especias y a estiércol; a incienso y desechos cloacales; edificios desbordantes de arte, junto a construcciones al borde del derrumbe apostados con barrotes de hierro; carnicerías exhibiendo cabezas de dromedario, al lado de tiendas de ropa o delicada orfebrería.
La Biblia y el calefón.
Así llegamos hasta nuestra primera parada "de compras": lugar de orfebres y artesanías en metal. Ahí creo que perdí la razón.
El local no era grande, pero constaba de varias plantas. Todo junto, apretadito. Daba temor pasar y no tumbar nada porque todo allí era valioso.
Al entrar, pudimos ver al dueño tallando un plato. Sin planos, sin dibujo, el diseño iba directamente de su cabeza al metal, sobre la marcha.
Con esa astucia y habilidad absolutamente admirable de los marroquíes para el comercio, uno de sus hijos comenzó a mostrarnos pieza por pieza las artesanías, pasándolas de mano en mano, permitiéndonos tocarlas, admirarlas, enamorarnos.
Y sí, definitivamente perdí la razón.
Nunca gasté tanto dinero en una sola compra!!!! Pero tampoco lo lamenté.
La segunda parada fue para los telares, donde en un festival de color nos mostraron pashminas, cubrecamas y pañuelos.
Había comprado tantos antes que cerré los ojos para no ver, pero mi vista se posó sobre una mochila de cuero con incrustaciones de tejido artesanal a telar. Un sueño!!!
Era muy cara. Claro, cuero de camello y tejido a mano. Así que comencé a emplear mis pobres dotes para negociar y empezó el regateo.
Estaba tan distraída peleando el precio que cuando al fin nos pusimos de acuerdo y cerramos el negocio, me di vuelta y con desesperación advertí que el resto de mi grupo se había ido!!!!!
El vendedor debió haber leído la angustia en mis ojos porque sin esperar a que abriera mi boca, señaló a un marroquí vestido de chilaba (esa túnica tradicional cerrada con capucha) y me indicó que lo siguiera, que él me llevaría con el resto de mi grupo.
No era mi guía de adelante, ni el de atrás, pero apenas efectué el pago me apresté a seguirlo.
Sin decir una palabra comenzó a caminar presuroso por esas callecitas endemoniadas. Hacía pasos tan largos y se escurría por lugares tan insólitos, que en un momento me planteé si realmente me estaba llevando a destino o sería víctima de algún secuestro del tipo de esas series yanquis policiales que tanto me gustan.
¿Volverían a encontrarme algún día?
En un momento me frené y les juro que me hubiera puesto a llorar ahí mismo, cual Hansel y Gretel cuando se perdieron en el bosque.
Entonces, salidos de la nada, vi pasar en sentido contrario al grupo número dos de mi contingente. Alguien me reconoció y me gritó: "seguí por este camino, tu grupo está por allá".
No estaba siendo secuestrada. El pobre señor de chilaba sólo se apuraba para que no perdiera tiempo en la próxima parada.
Al fin respiré aliviada. Creo que había contenido el aire durante los últimos 10 minutos.
Después me enteraría que junto a los dos guías también habían contratado personal de seguridad que iba de incógnito. Por eso no reconocía al señor que me conducía tan hábilmente por esas callecitas endemoniadas.
Y cuando creí que había visto todo (y cubierto el cupo de mi tarjeta de crédito) llegamos a la curtiembre.
Al entrar nos dieron una ramita de hierba buena. Lo tomé como un detalle, mas era para acercar a la nariz para evitar el olor nauseabundo proveniente de las cubetas donde se curtía el cuero.
No puedo describir con palabras ese olor a putrefacción, a pobreza...
Me dolió el corazón al ver esas pobres almas con los pies metidos hasta las rodillas en esos líquidos coloridos, tan pintorescos como insalubres, algunos sin utilizar siquiera guantes o alguna protección.
Con asombro por las cosas bellas que elaboraban a partir de un trozo de cuero, pero con las tripas revueltas de asco y de tristeza, dejamos el lugar, en el último tramo de nuestro recorrido.
Por eso sostengo que la medina no se puede contar, no se puede fotografiar ni filmar. Hay que vivirla, percibirla. Es color y oscuridad; belleza y monstruosidad; alegría y dolor. Casi una experiencia religiosa...