miércoles, 26 de septiembre de 2018

Jugarretas de la tecnología


Viajeros viejos como yo, o más... ¿recuerdan cuando las habitaciones de los hoteles simplemente abrían con llaves? Habrá sido más inseguro, pero qué cómodo y simple era y cuántos problemas ahorrábamos de enemistad con la tecnología!!
Todavía recuerdo allá lejos y hace tiempo cuando me entregaron la primera tarjeta magnética en un hotel de Amsterdam. Corrían los años 80 y ni en mis sueños más futuristas hubiera imaginado algo así.
Incluso entonces te la podías llevar de recuerdo!! Creo que todavía ha de estar guardada entre los souvenires de mi primer viaje a Europa.
Pero como decía el viejo y querido Tu Sam, todo "puede fallar, Leonardo; puede fallar".
Ansiaba conocer Pamukkale y sus blancas piscinas desde que vi por primera vez fotos de ese curioso lugar. Y debo confesar que el día que llegamos -y a duras penas subí después de una larga jornada agotadora y los más de 40 grados asfixiantes de agosto-, tuve que esforzarme por disfrutar estar en medio de ese paisaje tan soñado, tan esperado. 
Ya pasadas las 19 horas de un día eterno que había comenzado demasiado temprano, mi humor iba decayendo, mis fuerzas me abandonaban y sólo quería llegar al hotel y darme un buen baño que me devolviera la humanidad.
Afortunadamente el hotel no se encontraba a gran distancia de las piscinas y en menos de 15 minutos llegamos. 
Como de costumbre, bajamos nosotros mismos nuestro equipaje (en Turquía se podría hacer una película llamada "¿Y dónde están los maleteros?") y con el último suspiro, lo empujamos al lobby.
El check in tardó un poco más de lo deseado, pero sin mayores contratiempos nos entregaron nuestras tarjetitas.
A la pregunta por la clave de wi fi nos respondieron que para asignarla hacía falta ingresar los pasaportes de todos y, apenas estuviera listo ese trámite, podíamos tener señal tomando nuestro número de habitación como usuario y la fecha de nacimiento como contraseña... lo que llevaría no menos de 45 minutos!!!!
Nos preguntamos el porqué de tanta demora!!!... Éramos sólo 6 personas, 3 habitaciones. ¿Cuánto habrían tardado si hubiéramos sido un contingente de 60?
Pero bueno, no era lo importante. Lo único que esperábamos era descansar un rato antes de la temprana cena y dejarnos caer agua fresca en las cabezas.
Nos dijeron que nuestras habitaciones estaban en el primer piso y hacia allá nos encaminamos tirando del equipaje, que -acorde a nuestro grado de cansancio- parecía pesar el doble!!!
Entonces ingenuamente pregunté por el ascensor, para recibir por respuesta que... ¡no había!
Hirviendo de rabia, acarreé mis dos maletas por unas escaleras que parecieron eternas, sólo para llegar y darme cuenta que mi habitación (al igual que las restantes dos) estaban al otro lado del hotel!!!
No sé describir a cuántos metros, pero seguimos tirando del equipaje tres largos corredores (alfombrados, para completarla, trabando las rueditas) hasta llegar a las habitaciones.
Entonces primero una, luego las otras y luego los otros, fuimos probando las tarjetas y... nada: luz roja.
Traté de mantener el optimismo y pensé que seguramente estarían cargando nuestros datos y no estarían habilitadas hasta tanto los ingresaran en la computadora, como para la clave del wi fi. Mas los minutos pasaban y las puertas seguían sin abrir.
Unas coreanas voluntariosas (quienes seguramente pensaron que éramos unos nabos que no sabíamos abrir las puertas) nos ofrecieron ayuda, pero las putas tarjetas seguían sin funcionar.
Era tal el grado de cansancio que ninguno de nosotros hacía punta para bajar a preguntar.
Primero se sentó en el suelo una, después la otra, hasta que quedamos acampando en el piso, exhaustos, estirando la mano temblorosa, de tanto en tanto a ver si las puertas al fin abrían.
Finalmente el caballero del grupo se ofreció a bajar.
Tardó un buen rato, ya que recuerden que era toooooda una caminata ir hasta el lobby.
Cuando apareció, dijo tener ya la tarjeta "arreglada", pero al probarla nuevamente la luz roja saltó.
Otra de mis compañeras se ofreció a bajar y llevó también las tarjetas de las restantes habitaciones.
Para entonces me había quitado las zapatillas. Sentía tanto calor y dolor de pies que no imaginaba poder dar un paso más (ni levantarme del suelo)
Al regresar, la de ella milagrosamente abrió, pero las nuestras seguían sin funcionar. Las intercambiamos, pensando que podía haber sido un error, y no hubo caso.
Finalmente junté toda la fuerza que me quedaba, el calor que me había quemado la cabeza todo el día, la furia de haber tenido que subir todo el equipaje por escaleras y arrastrarlo por la alfombra y bajé tal como estaba, sudada y en pata, dispuesta a romper las relaciones diplomáticas con la conserjería turca. Una voluntaria (muy valiente, dado mi estado de "sacadez") me acompañó.
En principio intentaron la disculpa de que no sabíamos usar las tarjetas pero sólo bastó una mirada incineradora (de ésas que me salen tan bien cuando estoy furiosa) para que nuevamente le cargaran el código sin decir nada más (en inglés ni en turco). 
No obstante el reseteo, pedí que nos acompañara alguien del personal, ya que -si no andaba- ni ebria, ni dormida, pensaba volver a bajar y subir escaleras.
Y al fin, tras tres intentos fallidos, la tarjeta dio luz verde y pudimos entrar a meternos bajo la ducha!!!!
Pero la historia no termina allí, sino que durante los tres días de estadía en ese hotel, cada vez que salía de la habitación, la maldita tarjeta se desprogramaba y me obligaba a hacer toda la caminata para recodificarla.
El último día me avivé (ustedes pensarán "qué idiota, le fueron tres días para darse cuenta", pero piensen que la temperatura había hecho chicharrones  mis neuronas) y la probé apenas cerré la puerta, por lo que pude llevarla a reprogramar antes de subir todos los escalones y recorrer las dos cuadras de corredores.
Conclusión: la tecnología es muy linda, práctica y segura, pero cuántas cosas eran más ágiles antes de la computación!!! Todo a mano tardaba más, es cierto. Pero si hoy  se cae un sistema, todo se paraliza. Y a veces, durante horas!!
Dilemas de la modernidad...

domingo, 2 de septiembre de 2018

Vuelo y aterrizaje en Cappadocia



Toda la vida quise volar. Desde que tengo memoria que soñaba con transportarme por los aires, en el medio que fuera o por mis propios medios, por qué no.
Particularmente soñaba con volar en globo. Había algo de encanto y magia en eso de flotar debajo de una burbuja de aire.
Cuando viajaba, solía ir sentada en el asiento trasero del auto, buscar un puntito en el vidrio e imaginar que era un globo en el que viajaba, subiendo y bajando la cabeza a fin de que el puntito se moviera y esquivara cuanto obstáculo encontrara.
Tuve que esperar 40 y tantos años para que mi sueño se hiciera realidad y, como ya sabemos, cuando los sueños se realizan distan mucho de parecerse a lo soñado.
En mi pobre e ingenua imaginación, se abría una puertita, uno entraba al canasto del globo y en poco tiempo se despegaba del suelo para tener un vuelo tranquilo en el que pudiera caminar dentro del canasto buscando la mejor foto, hasta el aterrizaje, grácil y suave, donde nuevamente me abrirían la puertita y bajaría como una reina de su carruaje.
Nada más distante de la cruda realidad...
El día que decidí mi viaje a Turquía, sólo tenía una condición: que el tour dejara tiempo libre para tomar la excursión en globos por la región de Cappadocia.
Había pasado meses mirando embobada las fotos de ese festival de colores suspendido en el cielo, en medio de un paisaje tan agreste como increíble, de chimeneas y valles.
No pude tomar la excursión desde aquí porque todo dependía de las condiciones climáticas que hubiera, llegado el momento. Evité pensar en mi suerte perra que hacía que cada vez que intentaba hacer algo se suspendiera por alguna razón, y me concentré en pensar que sí lo lograría.
La noche anterior dormí por momentos. Era tal la ansiedad!!! Como la de un chico a quien van a llevar al parque de diversiones más alucinante del mundo.
A las 3 de la mañana ya me levanté. No podía esperar más. Y fui la primera en aparecer en el hall desierto del hotel.
Luego me reuní con mis tres compañeras de viaje y partimos puntualmente a las 4:15 en una traffic.
Llegamos a un lugar del que poco se veía. Hacía frío, algo que teniendo en cuenta los 40 y pico grados que habíamos padecido diariamente desde nuestra llegada a Turquía, era una verdadera sorpresa.
Pero íbamos abrigadas, al menos nosotras!! Había una pendeja con minifalda, mangas cortas y tacos. Se quedó en la traffic hasta la partida y no volví a verla, pero no pude evitar preguntarme cómo cazzo había subido en esas condiciones al globo, porque (cuando continúen leyendo mi historia) se darán cuenta que subir no era una tarea sencilla.
Nos ofrecieron un desayuno. Sólo tomé un café por temor a que me cayera mal. No tenía miedo, en absoluto. Sólo la ansiedad de quien deseó algo toda la vida y estaba a punto de hacerlo realidad.
En eso comenzaron a inflar el globo. Los globos, en realidad. Sólo que los demás estaban más alejados y no llegábamos a verlos. 
Cuando largaron el primer fogonazo todos gritamos. Nunca imaginamos -creo- que el ruido iba a ser tan estruendoso!!
Al fin lo pararon sobre el canasto y nos hicieron acercar.
Éramos tantos!!! Yo pensé que hasta 10 personas por globo subiríamos, pero éramos 20... ¡¡¡¡veinte!!!!
El canasto no era un habitáculo libre, sino un rectángulo dividido en 5 partes: dos rectángulos a cada lado para que entráramos 5 de nosotros por lugar, y un espacio al medio para el conductor.
Eso ya me intranquilizó.
Ni hablar cuando no vi la famosa puertita de mis sueños y pasaron con una escalera metálica!!!... sólo para colocarla del lado opuesto al que subiríamos. 
Entonces pasó una de mis compañeras delante de mí y con horror observé que teníamos que trepar el metro sesenta de altura que debía tener el borde metiendo nuestros pies a modo de escalera en unos huecos que tenía el canasto.
De más está decir que los huecos eran tan pequeños que apenas entraba la punta de mis pies 45!!!!
Allí comencé a ponerme nerviosa.
Con esfuerzo logré trepar, ponerme a caballito, pasar mi metro de la pierna que había quedado afuera al lado interior y justo cuando ya tenía dominada la maniobra y me iba a deslizar hacia dentro del cubículo que me tocaba, mi puta campera de tela de avión me hizo resbalar en sentido contrario y caí de espaldas al cubículo opuesto!!!!!!!!
Imaginen a mis compañeras de viaje que aún estaban fuera del globo. De repente me habían visto desaparecer de cabeza, como si un agujero negro en el canasto me hubiera abducido!!!!! El susto que se pegaron!!!
Y yo en realidad no terminé de caer, sino que quedé colgada como las zarigüeyas de "La era de hielo", sin golpearme, y simplemente me fui deslizando hasta quedar sentada en el piso del canasto. Eso sí, descalza, ya que una de mis zapatillas había volado en esa empresa.
Mientras me ponía la zapatilla oía que me preguntaban si estaba bien. Y claro que estaba bien, no me había golpeado en absoluto, pero tenía tanta bronca contra los turcos que podía llegar a asesinarlos.
Después de mi caída al menos llevaron la escalera de nuestro lado. Pero hubiera sido todo tan fácil si simplemente colocaban una tarimita de madera en el interior del canasto!!!!
Sólo que siempre tienen que ser tan improvisados, más argentos que nosotros los argentinos!!
Cuando al fin terminó de subir el resto de los pasajeros, con horror verificamos que en nuestro lado éramos tres grandotes y pesados en tanto del otro todos eran chiquitos.
Una de mis compañeras comenzó a exigir un cambio. Y se plantó en esto, principalmente porque el globo iría desbalanceado y porque apenas nos podíamos mover.
Finalmente accedieron a la petición e hicimos el cambio.
Yo ya no disfrutaba. Sólo pensaba en el descenso y aún no habíamos despegado!!
Entonces explicaron cómo sería el aterrizaje. Para mi horror, habría que permanecer todos mirando hacia el mismo lado, agachados y prendidos de unas sogas que había en el interior del canasto.
Agachada yo... si no puedo agacharme por mi rodilla!!!! Un hombre con problemas de cadera también se espantó al enterarse recién en ese momento en qué condiciones sería el aterrizaje.
Y partimos.
La belleza del paisaje y la tranquilidad del vuelo me hizo olvidar tantas penurias del inicio.
Al fin estaba volando y eso era todo lo que importaba. 
Trataba de no pensar en cómo bajar ni en el calor que ahora tenía (ya que, habiendo quedado al lado del conductor y del fuego, me sentía un pollo al spiedo), pero no podía quitarme la campera, simplemente porque no tenía lugar para maniobrar.
Después de una hora llegó el temido descenso.
Como única traductora del inglés del conductor, expliqué a los demás que pasados unos cables de energía eléctrica, tendríamos que tomar la posición de aterrizaje.
Me agaché con el resto, pensando que sería rápido. Pero fue eterno!!!!!
Mis rodillas pedían pista cuando al fin (no muy delicadamente como en mis sueños) y luego de unos rebotes, el canasto se posó en... un trailer!!!!!!!! No estábamos en tierra sino aún más alto!!! En el trailer tirado por la camioneta que llevaría el globo. ¡¡¡¡Ahora era más dificultoso bajar!!!!
De a uno fueron todos bajando hasta quedar el señor de la cadera jodida y yo, la de la rodilla jodida.
Sólo pedí a Dios (o a quien fuere) que no me cayera nuevamente en el descenso. No podría soportar una nueva humillación.
No fue sencillo, pero afortunadamente pude salir ilesa. 
También el señor de la cadera, pese a que renegó bastante.
Cuando descorcharon champán para celebrar y nos entregaron los certificados de vuelo, me temblaban hasta los dedos de los pies!!!!
Había volado, al fin había volado en un globo real y no en el puntito sucio del vidrio de un auto.
Me sentí realizada, después de todo. Y con cierta bronquita también, porque pudo ser mejor y menos traumático. 
Como en su momento dije al pasear en dromedario: una experiencia única. Única y tal vez irrepetible.