lunes, 25 de junio de 2018

La bajada de Pelourinho



Muchos que conocen mi animadversión hacia el calor me han preguntado cómo cazzo fui a elegir justo Salvador de Bahía para mis vacaciones. Y sólo hay una respuesta posible: la historia.
Soy una apasionada de la historia, de lo colonial, las construcciones de cientos de años, las calles adoquinadas y los balcones de rejas de hierro forjado. Y Bahía reunía muchas de esas condiciones.
Así que me embarqué en marzo, pensando que tal vez sería menos caluroso que enero.
Pero Bahía tiene altas temperaturas todo el año. 
Por ahí sopla un vientito salvador, pero el sol puede resultar insoportable.
El día que estaba programada mi visita a la parte histórica de la ciudad me alegró que no lloviera. 
Era un día espléndido, con un incomparable cielo azul, de ésos que salen espectaculares en las fotos, más aún en el contraste con el colorido de las construcciones típicas.
Feliz, cámara en mano, me dispuse a salir de caminata por esas viejas calles empedradas.
Tenía soleras, pero decidí que lo mejor era un short y una remera bien fresquita.
A los gordos no se nos dan bien los shorts, porque tenemos las piernas juntas y las del pantalón van escalando posiciones al caminar. Aún así era la mejor opción porque teniendo en cuenta el calor y lo que transpiro, la otra alternativa era terminar escaldada, que -les aseguro- no es nada agradable.
Esta vez decidí caminar sin prestar atención a los incómodos shorts y dejarlos que suban y bajen a su antojo, concentrándome en lo que verdaderamente importaba: las explicaciones del guía, el paisaje y mis fotografías.
El calor era abrasador. Y, desde luego, no hay un puto árbol!! Así que estuvimos horas recorriendo esas calles bonitas, ese festival de verdes, rosas, azules y amarillos, que hacen al Pelourinho tan característico.
En algún que otro momento sentí que caminaba con una bolsa entre las piernas, pero -fiel a mi promesa- me concentré en el recorrido y en gastar un paquete de pañuelos descartables secando el sudor que caía de mi cabeza cual catarata, dejando mis cabellos pegoteados debajo del sombrero de uso obligatorio para evitar que hirvieran mis pobres sesos.
Tras varias horas de caminata llegamos al elevador Lacerda, que después de ofrecernos una vista espectacular desde las alturas, descendía 72 metros hasta la parte baja de la ciudad, donde se encontraba el punto final de la excursión: el Mercado Modelo, antro de perdición para personas como yo, que adoran las artesanías.
En ese punto y escuchando las últimas explicaciones del guía relativas al punto de encuentro para partir, sentí que el asunto del short no daba para más. Así que decidí echar un vistazo y con horror descubrí que se me había cortado el elástico de la cintura!!!! El pantalón colgaba casi hasta las rodillas como el viejo calzón de la empleada pública de Gasalla, sólo sostenido en parte por la riñonera.
Había hecho todo el recorrido arrastrando ese triste trapo entre las piernas sin darme cuenta!!!! Seguramente había quedado también con media bombacha asomando a mis espaldas, pero decidí no imaginarlo para no sentir más vergüenza. Sólo esperaba que ninguno hubiera andado por ahí filmando y mi pobre trasero caído fuera a parar a Youtube.
Cuando fui al baño, me pude refrescar y acomodar la dichosa prenda, volví a ser persona, más allá de la pobre desgraciada  que había recorrido el Pelourinho con los calzones a la rastra.
Aún con el short colgando, la remera chorreando sudor y los cabellos empapados, disfruté mucho la historia de Salvador. ¡Un lugar digno de visitar!