lunes, 28 de marzo de 2016

El paraíso cubano (segunda parte)


No sé si alguno de ustedes habrá experimentado en qué se convirtió la experiencia de viajar en avión en estos días.
Allá lejos y hace tiempo quedó el glamour de las azafatas de Panam y el concepto de exclusividad con el que se hacía una travesía por aire. Ahora más bien pareciera que la idea es la de un colectivo urbano alado, que recorra los más distantes puntos del planeta.
Sabido es que mi experiencia con los aviones en los últimos años no ha sido de las mejores. Debido al ancho de mi gran trasero en expansión, me veía obligada a contratar una clase superior, o bien pagar un asiento contiguo para poder al menos apoyar mi pobre culo y no tenerlo levitando entre los apoyabrazos o la mitad (sin permiso y con todo respeto) sobre la gamba del pobre pasajero que tuviera a mi lado.
Lo cierto es que después de mi descenso de peso creí que iba a poder al fin viajar como una persona normal y disfrutar un vuelo placentero. Lo que ignoraba (o bien no quería ver) es que en estos últimos años, con la furia de querer llevar cada vez más gente en el mismo espacio, las cosas habían cambiado un poco.
Volviendo a la "experiencia cubana", después de tanto trámite y fastidiosas colas, con mucho sueño y cansancio llegamos a abordar el avión a las 4 y media de la mañana. El horario de salida era 4:15 así que salir a tiempo ya era una utopía.
Como supuse, nos tocaron los peores asientos del avión. Ambos en pasillo, una detrás de la otra, el mío al final del avión, contra el tabique divisorio y cerca del baño, que después de 5 o 6 horas de vuelo, sin mantenimiento, comenzó a perfumar el aire embotellado que respirábamos.
Los asientos diminutos. No, llamarlos diminutos es decir demasiado. Era como la salita azul del jardincito, sólo que sin mesitas, todos pegaditos unos a otros.
La primera pregunta fue ¿dónde esperan que meta las piernas? Midiendo 1,80 m., se complicaba un poco tal propósito. Pero me acomodé como pude y gracias a las decenas de centímetros que perdí, al menos pude calzar en el habitáculo y colocarme el cinturón de seguridad sin tener que recurrir a una extensión.
Encima el avión iba abarrotado de gente, ni un asiento libre. Todos con cara de cansancio, hastío y rabia, nada que ver con los rostros felices de personas que están a punto de despegar hacia el Caribe.
Como conté en el post anterior, olvídate de reclinar el asiento. Pensé que el mío estaba roto, pero pronto descubrí que lo de la espalda recta no era joda. Me causó gracia ver pasar a las azafatas revisando la posición vertical del asiento para el despegue... si no había otra posición posible!!!! Era de "vertical" a "más vertical" y pará de contar.
Despegamos después de las 5 de la mañana y pensé "al fin!!". 
Las azafatas recorrieron todo el avión para asegurarse que las persianas estuvieran bajas para que no se filtrara la claridad del día y eso me alegró porque tendría 8 largas horas para tratar de dormir. Y logré entredormirme, pero... lo que no imaginaba era que poco tiempo después, casi a las 6, encenderían todas las luces como una especie de requisa policial a medianoche, para ofrecernos... EL DESAYUNO!!
Caramba, ¿no podíamos desayunar -digamos- a las 8???? Ahora estábamos con todas las persianitas bajas pero con las luces encendidas y ese enorme quilombo que hace la tripulación cuando transporta el carrito de las bebidas por los pasillos.
Los miré con odio, mas bajé la diminuta mesita del diminuto asiento para comer el diminuto desayuno.
No pude evitar comparar la experiencia con mi primer vuelo en 1986. Buenos Aires - Madrid, en Aerolíneas Argentinas, cuando era una empresa seria y a nosotros nos favorecía el cambio de modo tal que nuestro austral valía más que el dólar.
Lo recuerdo perfectamente: asientos más separados, azafatas bonitas, comida caliente, cubiertos de metal... ¿qué había sido de todos esos lujos de la clase turista? ¿Las aerolíneas bajaron de categoría o fuimos acaso los pasajeros?
Aquí las azafatas eran feas y desarregladas, algunas más gordas que yo, despeinadas y descuidadas. Nada de sonrisas ni de glamour; te gruñían al momento de atenderte. 
Los comisarios de a bordo, feos, como todos los hombres que tripulan aviones. Sólo en las películas hollywoodenses pueden ser altos y atractivos.
Los cubiertos de plástico nomás. Una cuestión de seguridad, supongo, pero al menos podrían ser de mejor calidad y que no se partan al intentar revolver un café!!
El desayuno estuvo bastante bueno, con algo de fiambre, yogur y mermelada. Lo sorprendente fue que el almuerzo fuera igual!! (pero con menos opciones) Recuerdo aquel vuelo de Aerolíneas, con milanesas calentitas, ensaladas, papas, postre. Nada más alejado de esta realidad.
Y la bebida CALIENTE, toda, el café y los jugos. Después aprendería que en Cuba no existe el concepto de la bebida fría o con hielo. Se ve que es una creación argentina.
Después del desayuno proyectaron una película. 
En los 80's si querías ver un súper estreno tenías que viajar en avión. Allí las películas se proyectaban antes que en los cines y tenías la primicia exclusiva.
Te entregaban los auriculares y podías buscar el canal con la traducción en cada idioma, o bien optar por distintos canales de música, lo que hacía tu viaje entretenido.
Aquí no había auriculares. Los botones de los apoyabrazos no servían porque quedaban ocultos bajo la pulpa acumulada de las piernas embutidas en el asientito.
La película, vieja como la injusticia, y proyectada en una única pantalla tan lejana para mí (que estaba en el último asiento) que sólo podía ver algunas luces de colores y algo de movimiento.
Y cine mudo, desde luego, ya que sin auriculares no se oían voces ni música.
Para entretenerme recurrí a la cartilla de emergencias, donde informan acerca de las salidas de emergencia, las mascarillas de oxígeno y todas esas huevadas que tienen en los asientos, mas eso me desesperó más cuando traté de hallar el chaleco salvavidas debajo del asiento y no lo encontré.
Y el baño... a veces me preguntó cómo hay gente que puede encontrar excitante tener sexo en el baño de un avión. O más bien me pregunto cómo lo hacen!!! Debe ser que la altura quiebra las leyes físicas de la impenetrabilidad, porque a menos que seas un pigmeo dudo que puedas entrar de a dos en ese habitáculo!!!
Fui despues de varias horas de vuelo y ya no había papel, el agua no corría y los cestos de residuos rebalsaban de papeles usados. Contuve tanto la respiración que salí morada y aromatizada con ese penetrante olor a orina masculino, que lo regaba todo... no tienen puntería en tierra, cómo pedir que la tengan a 10000 metros de altura!!!
Compactada en el asiento, sosteniendo la cartera, la frazada y almohadita;  mirando sin ver la pantallita de la película, con los ojos como 2 de oro por no poder dormir, pasé las siguientes horas hasta que comencé a sentir la desagradable sensación del descenso y cual tripulante de Colón exclamé: ¡¡¡TIERRA!!!
Al fin terminaría ese suplicio!!! Lo que ignoraba era que comenzaría otro... el de sobrevivir a la realidad cubana y al servicio caribeño... (Continuará)

3 comentarios:

  1. Por lo general tus relatos son graciosos pero éste, la verdad, me tuvo en ascuas hasta el "continuará". Como siempre, muy bien contado pero qué suplicio, mamma mia!!!
    Espero el próximo, por supuesto!

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    1. Este fin de semana la continuación... el infierno en el paraíso!!!

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  2. Recién lo leo... ¡De terror, la verdad!

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